♡ ∙ [1] ∙ ♡

1K 101 10
                                    


Su reflejo en el espejo de la habitación la hizo cuestionarse si ese era el atuendo adecuado, tan solo un vestido color caqui que llegaba más arriba de las rodillas y sus botines negros, su cabello castaño se encontraba tomado en una trenza que caía sobre su hombro derecho.

Era un día importante, se había comprometido a acompañar a Sasha y a su padre a realizar la entrega de las canastas de bienvenida al ejército de soldados que venían de la gran capital llamada Madrid y a quienes les darían alojo durante seis meses. Debía dar una buena impresión.
En sus veintiún años era lo más interesante que iba a vivir, ya que cada día era la copia barata del anterior, además de que nunca tenía la oportunidad de conocer a gente nueva, su vida se basaba en estar en la cocina de su negocio o recorrer el mercado para comprar los ingredientes para sus productos, más allá de eso solo se relacionaba con los clientes y con la familia de Sasha, quien se encargaban de incluirla en su núcleo familiar.

Las ojeras marcadas debajo de sus ojos reflejaban el arduo trabajo que había estado haciendo la noche anterior junto a Niccolo, tener que preparar más de cincuenta panes y pasteles no era algo sencillo, incluso aún les faltaba por rellenar alguno de los dulces con chocolate, pero había decidido darse treinta minutos de descanso para ducharse, vestirse y el tiempo restante lo estaba ocupando mirándose al espejo. Era la suerte de vivir en el segundo piso de la tienda, solo necesitaba bajar la escalera para poder volver a su posición como dueña de la panadería.

Suspiró derrotada, no había nada que pudiera ayudarla a deshacerse de aquellas marcas bajo sus grandes ojos negros, sabía que nadie le prestaría atención a aquello, pero sin embargo la incomodaba, no quería que notaran el cansancio que cargaba sobre sus hombros y la necesidad de dormir una larga temporada, tampoco era como si pudiera permitírselo, el tener que cubrir los gastos del local, los gastos de su vida cotidiana y pagarle el sueldo correspondiente a su ayudante la privaban de tomarse un descanso.

Resignada giró sobre sus talones en dirección a la escalera, dejando dentro de su habitación todo rastro de malhumor y sus pensamientos abrumadores. No quería enseñar esa imagen a Niccolo, quien la esperaba en el primer piso junto a Sasha y Emanuel, el alcalde y padre de la susodicha.

En cuanto bajó la escalera, llegando al mostrador de la panadería, percibió el aroma a pan recién hecho que inundaba el interior de las cuatro paredes, para algunos podría ser un aroma cualquiera, pero para Juliet era el olor a casa, hasta los siete años había crecido rodeada de harina, manteca y los hornos calientes, era lo único que recordaba de su nublada infancia, por lo que no tardo en dibujar una suave sonrisa en sus labios olvidándose por completo de su lucha interna sobre la ansiedad que le proporcionada el realizar la entrega.

Por el gran pedido que tenía que realizar había optado por dejar cerrada la tienda ese día. Juliet ya conocía a los clientes habituales, así que les avisó el día posterior que ese día tendrían cerrado, tampoco es que hubiera mucha variedad de personas, siempre eran las mismas, además todas se parecían notoriamente y no era como si hubiera mucha gente en el pueblo, quizás a lo máximo mil habitantes, siempre iban en decadencia, ¿Quién querría vivir en un pueblo rodeado de árboles, lejos de la civilización y con la estación a un par de horas de distancia en caballo? Probablemente nadie, por eso cada vez parecía que eran menos en el vecindarios, los jóvenes huían de casa a la universidad más lejana a penas cumplían la mayoría de edad, por lo mismo Juliet no tenía muchos amigos, no había mucha gente de interesante de veintidós años en aquellos lugares y todos los que había conocido ya se habían mudado a las grandes ciudades.

Unos pasos fuertes y de prisas disolvieron el silencio que había en el aire, del otro lado del mostrador, donde estaba la entrada a la cocina, se asomó una rubia cabellera y una expresión cargada de preocupación, que al ver a la castaña no tardó en relajarse, quizás por la sonrisa de la chica y por el aura positiva que a menudo emanaba o tal vez por el simple hecho de que Niccolo estaba enfermó del pánico de que lo más mínimo pudiera arruinar la presentación de las cestas de bienvenida.

𝙬𝙝𝙤 𝙖𝙧𝙚 𝙮𝙤𝙪 𝙬𝙝𝙚𝙣 𝙣𝙤𝙗𝙤𝙙𝙮'𝙨 𝙬𝙖𝙩𝙘𝙝𝙞𝙣𝙜?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora