𝒥𝑒𝒶𝓃 𝒦𝒾𝓇𝓈𝓉𝑒𝒾𝓃.
『••[ Quedate en mi vida por un largo tiempo más, por favor, que sea mucho tiempo más, es que me he dado cuenta que te quiero tener a mi lado para siempre. ]••』
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El alcalde de Puebla de la Sierra, un...
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Hace dos semanas atrás... (15 de Diciembre)
Tomó la esquina de la cartulina rosa doblándola hasta juntarla con la contraria. Sus dedos eran largos, flacos y torpes, por lo que unirlas correctamente era todo un desafío. Sí, podía matar personas con una sola bala, tener buena puntería con el arco, entre muchas otras habilidades artísticas, pero el doblar un papel se le dificultaba.
—¡Esto es una mierda! Me rindo.— Exclamó, soltándolo de golpe.
Las carcajadas por parte de Historia lo hicieron avergonzarse de su actuar, la joven ya tenía la figura casi armada, él ni siquiera había llegado al paso dos y ya estaba estresado.
—Al menos lo intentaste, puedes darle esta y decirle que la hiciste tú.— Le tendió una grulla de color celeste, parecido a los ojos de la chica.
La tomó con delicadeza, extendiéndola frente a él contemplando cada pequeño detalle, era increíble la capacidad que tenía la gente para hacer origami. Y aunque la propuesta de su amiga sonaba tentadora, se negó y la volvió a dejar en la mesa de centro.
—¿Qué va? Lo seguiré intentando. Debes enseñarme más lento, sino me voy a perder otra vez.—
Historia le enseñó el pulgar de forma afirmativa levantándose del suelo y sacudiendo su falda mientras caminaba hasta sentarse junto a él en el sofá.
—El hecho de que te esfuerces lo hace todavía más romántico. Nunca pensé que te vería así de tontorrón por una mujer.— Hizo una breve pausa sonriendo. —Aunque era de esperarse, las mujeres son maravillosas.—
Tornó los ojos apoyando su espalda por completo en los almohadones. Si se encontraba encerrado en la cabaña, era porque tendrían una reunión importante en unos minutos, y el tiempo de espera que usaría para dormir fue interferido por la invitación de la rubia para hacer grullas de papel.
Solo aceptó porque quería darle una a Juliet, así luego juntos harían las novecientas noventa y nueve restantes y podrían pedir un deseo. La conocía lo suficiente como para saber que eso le haría ilusión, tal cual lo hacía con el asunto de las 11:11.
—¿Cómo está Ymir?— Preguntó luego de unos segundos.
La mención de aquel nombre hizo que instantáneamente la joven soltara el teléfono y volviera a mirarlo.
—¡Bien, tan preciosa como siempre! Todos los días estamos haciendo llamadas, y está funcionando bien. Ahora está en exámenes finales de la universidad, así que la extraño bastante.—