『 Treinta y cinco.』

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Se removió en su lugar pisoteando los restos de nieve que habían por encima del pavimento. Lamentablemente la mayoría ya se había derretido y con ella la idea de armar su muñeco quedaría en el olvido.

Los días estaban pasando deprisa y eso le aterraba, sentía que se le escurrían por los dedos sin tener la oportunidad de hacer nada al respecto. Le hubiese gustado desarrollar un método para detener las horas y quedarse al menos una estación del año más en ese pueblo y no verse atrapado en un eterno invierno.

Ojalá el clima también fuera capaz de congelar el tiempo.

Soltó un suspiro, y a los segundos uno más pesado. Había una sensación de angustia permanente en su pecho, que ni siquiera el contener la respiración le aliviaba, mucho menos el dormir, acción que esos días se había vuelto inexistente, y las manchas oscuras bajo sus ojos lo podían confirmar.
Era como estar muerto en vida, aferrándose a una falsa ilusión. Aferrándose a Juliet.

La chica siempre era puntual, pero ese día se estaba demorando más de la cuenta, lo cual no ayudaba en lo absoluto a la inquietud en la que sumergió hace semanas atrás. Por lo que sacó su teléfono revisando la conversación.

El último mensaje era de él deseándole las buenas noches luego de haber acordado juntarse ahí para ir a la feria. Ni siquiera se habían dicho buenos días ni confirmado el panorama. Volvió a suspirar, y sus dedos teclearon la pantalla dudosos e insistentes.

No sabía muy bien qué decirle, comenzaba a costarle el comunicarse con ella, y no porque el amor se acabara, al contrario, sentía que con cada latido que daba su corazón se enamoraba aún más de la joven de cabellos castaños, y le alegraba, era lo único que lo mantenía cuerdo. El no saber qué decir se inclinaba al hecho de que odiaba fingir, odiaba tenerla en frente y no poder soltar todo lo que estaba marchitándolo, pero era lo mejor, ¿No es así? Aún tenía algunos días para decidir.

Aún quería disfrutar de la paz que había encontrado en ella.

No tuvo la oportunidad de enviar el mensaje, puesto que unos pequeños pies se detuvieron frente a él, robando su atención y dibujándole una extraña sonrisa en la cara.

—Hola.— Soltó frunciendo sus labios.

—Hola, bonita, llegas tarde.— Se burló achinando sus ojos.

—Ah, sí, disculpa por eso.—

La respuesta tajante hizo que la analizara. Tenía los ojos un tanto inflamados, el puente de su nariz junto a sus mejillas tornados en un color rojizo destacable y el cabello tomado en una coleta desordenada.

𝙬𝙝𝙤 𝙖𝙧𝙚 𝙮𝙤𝙪 𝙬𝙝𝙚𝙣 𝙣𝙤𝙗𝙤𝙙𝙮'𝙨 𝙬𝙖𝙩𝙘𝙝𝙞𝙣𝙜?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora