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Aunque el sol no brillaba ese día, se sentía feliz

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Aunque el sol no brillaba ese día, se sentía feliz.

Podía venir un tornado, arrasar con todo y aún así no se le quitaría la sonrisa atontada que traía. No, eso era demasiado extremista, si llegaba a ocurrir probablemente se pondría a llorar porque le aterraban los tornados.
El punto es que la alegría que la estaba invadiendo desde el primero de noviembre era inmensa, lo suficientemente grande como para mantenerla activa y energética aun cuando dormir se encontraba lejos de sus planes.

Con Niccolo enfermo estaba haciéndose cargo de todo, realizando las entregas, encargándose del orden, de preparar los panecillos, de ordenar, ni siquiera tenía unos minutos de descanso. Tan así, que por ir de un lado a otro llevaba días sin cargar su teléfono, solo recordaba que lo metió en uno de los cajones y luego lo olvidó.

Sin embargo, cada segundo que había pasado en los últimos días era ocupado por la confesión de Jean, no paraba de repetirla mentalmente, emocionándose una y otra vez por lo mismo. Tenía veintiún años, pero se estaba comportando como una niña de trece.

Al parecer eso era lo que el amor te causaba, te devolvía a tu niñez, haciendo que experimentes todas las emociones que cuando eres adulto desaparecen.

Acomodó la canasta en su brazo, la cual contenía la compra del día. Entre tantos pensamientos el camino de regreso a la panadería se había hecho corto, probablemente porque cada paso que daba era como ir saltando sobre una nube acolchada de algodón. Dios, lo único que pedía era que nada le arrebatara esa sensación de bienestar. Hacía tiempo desde la última vez que se había sentido deseada, quería prolongarlo lo más que pudiera.

—¡Hola!—

De un sobresalto conectó nuevamente con la realidad, al haber agitado la cesta dejó caer un par de huevos, los cual al estrellarse con el suelo se hicieron trizas. Sus ojos se clavaron en el piso impactada ante el desastre que había causado, pero de inmediato cayó en cuanta de que había alguien más, así que subió de golpe la mirada topándose con un Jean totalmente sonrojado y cabizbajo.

—Que tonto soy, increíble.— Se reprendió a si mismo antes de volver a observar a la chica. —Disculpa, pensé que me habías visto, de verdad, que idiota me siento.—

Pestañeó un par de veces intentando procesar la situación, pero al notarlo tan arrepentido y a la vez avergonzado no tardó en echarse a reír, cubriéndose la boca con su mano libre mientras sus ojos se achinaban. Las facciones del más alto se relajaron ante las carcajadas, pero el rojo de sus mejillas persistió.

—No te disculpes, es mi culpa, debo dejar de ser tan despistada, ya me lo has dicho.— Afirmó acomodándose los mechones de cabello, dejando que su atención se centrara únicamente en él. —¿Cuánto llevas aquí?—

—No mucho, un par de minutos quizás, estaba esperando a que volvieras.— Tragó saliva con dificultad rascándose la nuca. —Vine porque te he escrito estos días y no me respondías, pensé que te habías enojado, o que algo ocurrió, no sé.—

𝙬𝙝𝙤 𝙖𝙧𝙚 𝙮𝙤𝙪 𝙬𝙝𝙚𝙣 𝙣𝙤𝙗𝙤𝙙𝙮'𝙨 𝙬𝙖𝙩𝙘𝙝𝙞𝙣𝙜?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora