『 Veintiséis. 』

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Su cuerpo estaba tendido sobre una camilla, inmóvil, con los ojos cerrados y el brillo que desprendía a diario ya no se encontraba, las bromas que solía hacer o su inigualable carcajada ahora eran remplazadas por el molesto ruido de las máquinas que se conectaban a través de tubos a su cuerpo. En especial, la que iba indicando el ritmo cardíaco, si no fuera por los pausados "bep.......bep........bep" que soltaba cualquiera pensaría que estaba muerto.

Los últimos días los pasó sentado en una esquina de la sala de espera, ansioso cada vez que un médico se cruzaba por ahí, teniendo la esperanza de que le daría noticias de su amigo, pero nada, desde el último reporte el día que llegaron al hospital no volvió a saber si habían avances o retrocesos, y si aún no había perdido el sentido del tiempo, podría asegurar de que ya había pasado una semana.

Por lo que se sorprendió cuando la enfermera se le acercó esa mañana para informarle que le darían la autorización de entrar a verlo. Era la primera vez que lo veía después de todos esos días por eso le asustó su estado, apagado, moribundo, con vendas en su cuerpo que estaba más delgado de lo usual. Se veía peor de lo que pudo imaginar.

Se sintió incapaz de seguir sosteniendo su cuerpo de pie, y no porque el corte en su herida siguiera latente, luego de que le pusieran puntos y le hicieran el cuidado correspondiente ya no dolía, ya no lo sentía, en realidad ya no sentía nada. Si no podía mantenerse erguido era porque los silencios prolongados que se formaban entre cada palpitación lo colmaban de nervios.

Tomó asiento en el sillón que se encontraba a un lado de la camilla, y se removió incómodo. Al igual que a las plantas, a las personas en coma hay que hablarles, para que reconozcan tu voz y sigan conectados con el mundo físico. Dudaba de la veracidad de eso, pero cuando Historia y Armin fueron a verlo se lo dijeron. Los chicos se veían tristes, todos estaban cubiertos de ese sentimiento pesado, pero aún así le intentaban dar fuerzas a él, lo cual lo interpretó como que él era el último rastro de esperanza para que Connie viviera, porque si lo veían tan destrozado como realmente se sentía, pero lo ocultaba, no les quedaría nada en que confiar. Pero Jean ya no tenía fe, mucho menos en esos momentos donde lo veía con un pie en la tierra y el otro en el más allá.

—¿Te acuerdas cuando nos conocimos? Éramos un par de adolescentes hormonales, teníamos las manos llenas de sueños y expectativas para el ejército, tú tan juguetón, divertido, alegre, y yo todo lo contrario, más serio, enojón y altanero, nunca hubiera imaginado que terminaríamos siendo tan unidos como lo somos ahora. Con el tiempo me fui dando cuenta de que eras mi familia, Incluso cuando todo se volvió oscuridad, y yo me fui apagando, tu alegría era lo único que me iluminaba.—

𝙬𝙝𝙤 𝙖𝙧𝙚 𝙮𝙤𝙪 𝙬𝙝𝙚𝙣 𝙣𝙤𝙗𝙤𝙙𝙮'𝙨 𝙬𝙖𝙩𝙘𝙝𝙞𝙣𝙜?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora