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Dice que lo lamenta.

- Leen, tenemos que probarte el vestido, ¿vienes?- entró Logan.

- ¡Ay, mierda! - me levante sacudiendo la mesa - Si ahorita voy, gracias.

- ¿Qué carajo estas haciendo? - pregunto colocándose al lado de mi - ¿Qué mierda, Kathleen?

- ¿De que?

- ¿ De que? - pregunto. - De esto. - tomo la bolsa de pastillas.

- ¡Las vas a tirar, ten cuidado!

- Ah, claro que las voy a tirar.

- No te vengas a ser el santo, sabes bien que esto no es nuevo. En las fiestas también lo hacemos.

- No, Kathleen, sabes que no. Nunca nos hemos metido estas cosas, son muy diferentes las que se dan en las fiestas, ni siquiera se ingieren como lo estas haciendo tú. ¿Qué son estas?

- Que te importa.

- ¿Cuánto tiempo llevas tomándolas?

- Lo suficiente para poder pararme de la cama sin estar llorando. ¿Quieres saber que son? Son mi jodida salvación porque de no ser por ellas, ya me hubieses encontrado tirada en la bañera. Así que yo que tú, pensaría bien en tirarlas.

- ¿Quién te las vendió?

- Que te importa.

- No se si ya te diste cuenta, pero eres mi prometida, claro que me importa que te estés drogando.

- No digas que soy tu prometida, tu y no somos nada, por afuera puedo fingir que te amo como a nadie, pero aquí y después del casamiento, olvídate de ser la familia feliz. No lo somos.

- No quería serlo. - salió azotando la puerta.

Suspire en alto, tomándome la cabeza con una mano. Camine hacia la bolsa, necesitaba ver cuantas pastillas me quedaban, para mi suerte, aún quedaban las suficientes.

Los efectos de la pastilla, eran cada vez más fuertes, me sentía fuera de mi, pero muy calmada. No hacía nada más que mirar al techo que de vez en cuando se movía.

No importa donde estuviera, igualmente la oscuridad se apodera de mi cuerpo a a cada segundo, trate de salir de aquí, de verdad lo intenté, pero no puedo.

Si no estoy drogada, sus palabras me inundan la cabeza. Pensar que el amor de tu vida estaba ahí como amenaza y que de ser necesario, te mataría, es algo con lo que no se lidia fácil.

Y trató de escuchar a todos los que creo me quieren ayudar, pero ya no confío en nadie, siempre salgo lastimaba, siempre me hacen lo mismo.

Toman mis manos con una de las suyas, me acarician la cara y me susurran al oído que todo estará bien, que son diferentes a todos los que me han lastimado y justo cuando decido creerles, bajan su mano hasta mi cuello y me ahorcan, tratando de apagar cualquier signo de vida en mi.

Aún no entiendo como he logrado salir una y otra vez de las mismas situaciones, al parecer, nadie tiene la suficiente fuerza de ahogarme.

Bueno, nadie la había tenido... pero el si, me ahorco con tal rapidez y fuerza que me es imposible recuperar el aliento, temo que de hecho, que nunca lo logre.

Al final, entre  pensamientos, pasaron horas tras horas, y no fue hasta que llegó Lehi, después de varios días, que caí en cuenta de que era hoy.

- ¿Lista? - preguntó en el borde de la puerta.

- Nunca. - respondí tirada en la cama.

- Será mejor de lo que crees. - se acercó hasta mi. - ¿Te sientes bien?

Lying SchoolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora