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Mi primer beso fue a los doce años y ni siquiera fue consentido. El segundo fue a los trece, con el mismo chico, y fue aún peor. La historia que hay detrás de estos besos tuvo graves consecuencias para mi salud mental. Era muy probable que el trauma que me dejó aquello fuese la razón por la que sentía cierta aversión hacia el amor, o más bien hacia todos los hombres que no formaban parte de mi entorno familiar.

Lo doméstico, sin embargo, tampoco había ayudado a que me entusiasmase mucho la idea de enamorarme, pues en mi tierna infancia a menudo me veía obligada a observar el maltrato psicológico y el chantaje emocional que mi pobre padre sufría por parte de mi madre, si es que se podía llamar así.

Si echo la vista atrás, desde luego no soy capaz de encontrar un bonito recuerdo entre las dos. Solo podría visualizar a una mujer ausente y estricta, adicta al trabajo, que nunca se preocupó por mí o por mi hermano Sandro, que fue el que realmente acabó criándome. Tenía ocho años más que yo.

Cuando mis padres se divorciaron teniendo yo diez años, mi madre volvió a Italia, su país natal, y se instaló en uno de los barrios más ricos de Roma. Mi padre, que siempre nos había apoyado y querido, quedó con la custodia de ambos. Fue un momento de felicidad para nosotros, pero cada verano nos veíamos obligados a coger un avión y pasar las vacaciones con nuestra madre. Parecía un sueño eso de ir todos los años a Roma, pero no lo era tener que acatar las restrictivas normas de Paola Bernacci durante tres meses seguidos.

A pesar de no poder aguantar la vida cotidiana con nuestra madre, había días en los que nos escapábamos de casa y deambulábamos por Roma. Mi hermano quedó tan impresionado por la ciudad que durante la carrera de arquitectura pudo irse de Erasmus a Milán, donde conoció a Gabriella, una chica que estudiaba ingeniería aeronáutica y que resultaría ser el amor de su vida. Tras tres años de relación a distancia, ambos se mudaron juntos a las afueras de Roma y se prometieron. Me resultaba difícil que él no estuviera conmigo, pero era feliz.

El 24 de junio de 2016 fui al instituto por última vez. Tenía claro que no quería seguir viendo a diario a profesores ineptos, hartos de aguantar a adolescentes en plena edad del pavo, que estaban desesperados por conseguir algo de atención. Ni siquiera iba a ir a la graduación, pues yo no encajaba en aquel lugar. De hecho, esos cuatro años en los que había sido juzgada y marginada tanto por alumnos como por profesores habían sido los peores de mi vida. Para el resto de alumnos era la borde, la que se había vuelto rebelde y solitaria por culpa de los rumores que se habían dispersado durante el primer curso de instituto. Para los profesores, una estudiante mediocre, incapaz de superar una media de cinco con cinco. Bastante me costó terminar la ESO, como para pensar en volver aquel septiembre para empezar el bachillerato.

En su lugar, quería dedicarme plenamente a la música. Llevaba seis años aprendiendo por mi cuenta a tocar la vieja guitarra eléctrica de mi padre. Él, como siempre, estaba encantado de que siguiera mis sueños, mostrándome su apoyo en todo momento. El problema era que al día siguiente, al volver a Roma para pasar el verano con mi madre, debía decírselo a ella y sabía que no se lo iba a tomar nada bien.

- ¿A qué hora llegas? -preguntó mi hermano a través del teléfono, mientras yo preparaba mi equipaje.

- A las diez y media -le respondí-. A ver si adivino, no va a venir, ¿verdad?

- Dice que estará trabajando. Pero yo iré a recogerte.

- Como siempre -resoplé, doblando mi camiseta negra de tirantes con el logo de Green Day y metiéndola en la maleta-. ¿Por qué no puedo pasar el verano en tu casa? De todas formas no quiere ni verme.

- Créeme, estarás mejor en casa de mamá que en la mía. Mamá al menos no está histérica porque quedan dos meses para la boda.

Guardé en la maleta todas mis camisetas de grupos, seguidas de todos mis vaqueros y algunas camisas. También metí dos vestidos: uno negro y otro azul oscuro. El azul, que era largo y de encaje, lo pensaba utilizar para la boda de mi hermano, que tendría lugar a principios de septiembre. El negro era más para salir de noche. Era corto y ajustado con un escote que me había hecho sentir insegura hasta entonces. Obviamente, en mi maleta tampoco podía faltar mi chupa de cuero con el logo de Guns N' Roses. Sabía que en Italia refrescaba por las noches, así que más valía prevenir.

Girls Bite Back (Victoria de Angelis)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora