《 Cap 4: Misterio 》

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A pasos un tanto lentos, Levi llevaba a Hange hasta su habitación, pero antes de esto ya le había indicado que pasillos tomar para llegar a este, Hange grabo todo en su mente sin intenciones de olvidarlo.

Con cada paso, la castaña Iba viendo por todo el lugar como una niña emocionada por dulces, el lugar si que estaba cuidado, el techo sin gotera alguna, el piso reluciente.

Hange levantó la mirada al hombre que iba frente a ella, solo llevaban unas horas de conocerse y el le parecería interesante, no era como otro hombre que hubiera conocido; era callado, reservado y no le preguntaba nada personal, a no ser que la pregunta de verdad se ameritara a la situación, le dio algo de gracia esto, pero retomo la compostura cuando vio que Levi se detuvo de un solo, como si se lo hubiesen pedido.

Hange se detuvo intrigada.

-Llegamos a su dormitorio.- Levi la miro de reojo y esta de nuevo le sonrío.

-Gracias por traerme- Se adelantó y llego hasta la puerta.

-¿A que horas comenzará con su labor de investigación?- Levi pregunto, viendo a los ojos de la mujer.

-Sera a las siete de la mañana, algo temprano, pues no quiero perder el tiempo.- Levi chasqueo su lengua, y ella abrio la puerta.

-Buenas noches, que descanses, Levi- Esta le dio su más grande sonrisa la cual el hombre se guardo en su memoria como fino e imborrable recuerdo.

Nunca nadie le había sonreído así...desde que su madre murió, cuando este era tan solo un pequeño de diez años.

-Gracias...igualmente descanse.- Entono serio.

Ella empezó a cerrar la puerta, no antes de fijarse que los ojos del hombre la observaban con mucho asombro, cuando ya casi se cerraba dicha puerta, entre algo de oscuridad, lo ojos del hombre se vieron en su máximo esplendor dejando ver unos hermosos ojos grises azulados que le causaron desconcierto a la detective.

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Pasaba una hora desde la cena y Zoë se dispuso a terminar de ordenar sus cosas y sacar su maletín donde iban todas sus herramientas necesarias para investigar, de un estuche de terciopelo rojo vino, extrajo una lupa color negro, la cual su padre le obsequió de pequeña, le encantaba dicha lupa. Cuando era una niña, solía quemar hojas a través de la lupa con los rayos del sol o andar de aquí para haya tratando de descifrar hasta el más diminuto grano de tierra, se creía un gran detective, lo que terminó siendo real, pero jamás abusó de eso para quemar animales, le denigraba ver a niños hacer eso, y si podía les reprendia, estos la trataban de humillar e insultar, pero ella jamás se dejó de esos caprichosos mal educados.

Estos recuerdos la hicieron reír bajo.

Con cuidado, guardo la lupa y fue al ropero a por un camisón y ropa interior para dormir, debía levantarse temprano, así que se daría un baño con agua caliente para relajarse y leería un libro sobre casos del siglo pasado, el cual la acompañaban, este siempre le ayudaba con notas y a pensar cosas para casos. Acomodo el camisón y ropa interior sobre una pequeña mesita dentro del baño, la cerámica era preciosa y la tina relucia bajo la luz de las lámparas de gas. Ella volvió a la habitación pero algo la detuvo en seco, una sensación que ya conocía la acompaño de inmediato.

Alguien la estaba observando y no era un sentimiento cualquiera, era fuerte y pesado, no le agradó para nada.

Aunque era mujer, su papel como detective le permitía llevar consigo un arma de fuego, cargada a su disposición con una licencia para así poder llevarla consigo sin ningún problema y ser detenida injustamente. Esta corrio a por el arma y la cargo con suficientes balas, no era paranoica, solo que su trabajo le había enseñado a ser precavida, ya que tuvo problemas en el pasado y algunos colegas de ella habían sufrido percanses también, como su asistente o su mejor amigo Moblit el cual estuvo hospitalizado a causa de un disparo a uno de sus costados, por el principal sospechoso de su caso, el cual terminó siendo en verdad el maleante que buscaban.

•⊰ 𝐄𝐧𝐭𝐫𝐞 𝐋𝐨𝐬 𝐏𝐚𝐬𝐢𝐥𝐥𝐨𝐬 ⊱•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora