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Después de un largo día con Nate y Levi, era hora de regresar a casa.
—Iremos primero a dejar a Nate —habló Levi y yo volteé a ver al pequeño, quien iba dormido en los asientos traseros del auto.
—¿Pero no sería una vuelta extra para ti? —Pregunté, suponía que se refería a que primero iríamos a su casa a dejar a Nate y luego me llevaría a mi departamento para después regresar a su casa otra vez. Él sólo sonrió de lado sin mirarme.
—La noche no ha terminado —fue lo único que dijo, tomándome de la mano mientras seguía conduciendo.
Condujo por unos cuántos minutos más aún sin soltarme, aunque me sentía feliz no podía quitar esa pizca de preocupación pues Nate podía despertar y vernos a su padre y a mí tomados de la mano.
Durante cada semáforo en rojo, Levi se recargaba en su asiento y volteaba a verme, yo hacía lo mismo que él. Nos veíamos por varios segundos y después él se acercaba a darme un tierno beso en los labios que terminaba en caricias sobre mis mejillas.
—Eres preciosa —dijo antes de acomodarse en su asiento para seguir con el camino a su residencia.
Al llegar bajamos del auto, Levi tomó en brazos a su hijo y yo le ayudé a cerrar la puerta. Caminamos por el jardín hasta llegar ahora a la puerta de entrada, volví a ayudarle esta vez abriéndola y así permitirle entrar a la casa.
Rápidamente llegó la ama de llaves en la sala de estar.
—Voy a llevar a Nate a su habitación —se dirigió a la mujer—. Lleva a Charisse a mi despacho y ofrécele algo. En un momento regreso.
—Claro que sí, señor —la mujer volteó a verme—. Acompáñeme.
Asentí no tan convencida y seguí a la mujer por detrás. Eran casi las once de la noche, que una mujer estuviera a esa hora y sola con un hombre casado podía prestarse a cualquier malentendido. Y peor aún si ese malentendido era bastante real.
Rodeamos la sala de estar, pues detrás de esta había una puerta, la que suponía era el despacho de Levi.
Y sí, efectivamente era su despacho. La ama de llaves, tan amable tomo el picaporte y lo giró para abrir la puerta y dejarme pasar primero. Le agradecí con una sonrisa y entré a la pequeña —no tan pequeña— oficina en casa.