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Había pasado casi una semana desde el cumpleaños de Nathaniel y durante todos esos días no podía dejar de sentirme mal por Porco, lo que estaba haciendo no tenía perdón y me estaba jodiendo la cabeza. No tenía cara para verlo a los ojos, justamente todo este tiempo estaba haciendo lo que Levi había hecho conmigo antes y sabía que nada terminaría bien.
Me encontraba en el departamento, era viernes por la noche. No tenía las ganas suficientes para salir, así que simplemente me quedé en mi hogar y me senté en mi lugar especial para pensar. El balcón.
Estaba en pijama, con el cabello alborotado, un cigarro en la mano, con una cerveza en la otra y lágrimas estancadas en mis ojos no podían faltar a la reunión.
Pensaba en cómo iba a decírselo.
No podía seguir guardándolo, él tenía derecho a saberlo. Independientemente de cuál iba a ser su reacción, de si me iba a odiar o me desearía lo peor del mundo, él merecía saber lo que había hecho todo este tiempo.
Claro, tenía miedo, pero no podía más con el remordimiento.
Después de aclarar mis pensamientos dieron las doce de la medianoche. Aún me encontraba en el balcón pero esta vez sólo estaba sentada viendo el cielo, cuando sorpresivamente la puerta del departamento fue abierta.
Giré mi cabeza y lo vi caminando hacia mí. Fruncí ligeramente el ceño, ¿qué hacía aquí?
—Fui a buscarte al bar, pero Jay me dijo que no habías ido —se sentó frente a mí—. Sabía que estarías aquí. ¿Sucede algo? No has contestado mis llamadas.
