Capitulo Treinta: Maletas

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Príncipe de cuento, Rey del infierno


Islas Lipari, Italia



Ángela

Estoy sentada en el piso de nuestra habitación, entre mis brazos tomó mis piernas y recuerdo todo lo que hemos vivido juntos.

Cuando lo conocí en el jardín, el llevaba un traje hecho a la medida, sus ojos tan impactantes me dejaron encantada, el carácter tan frío y distante que demostró ese día, su voz grave y fuerte me engancharon a él de inmediato.

Ese día comprobé que el amor a primera vista existía.

Nuestro primer beso en la piscina, con la luna de testigo y la ropa pegada al cuerpo.

La primera vez que me entregue a él.

El siendo tan experto en todo y yo toda una principiante.

Fue perfecta, me entregue sin dudas ni barreras, fue tan delicado que con solo recordarlo un sollozo escapa de mí.

Fueron tantas noches viéndonos a escondidas en el jardín.

Las pláticas hasta el amanecer.

Las promesas.

Los te quiero.

Hasta que ellos se enteraron, se negaron a que estuviéramos juntos, nos cerraron las puertas me advirtieron que no iba a funcionar que estábamos en etapas de la vida muy diferentes, que él tenía otras prioridades y que iba a destruir mi corazón.

Lo intentamos y estaba funcionando tres meses toqué el cielo y viví la mejor historia de mi vida.

Recuerdo, todos los detalles que día a día tenía conmigo, por tres meses una margarita acompañada de un Buenos días no me faltó, las veces que al hacer el desayuno terminábamos sin ropa en medio de la cocina, las veces que lo hice reír, una risa sincera y maravillosa que llenaba mi corazón, los te amo que no solo me decía con palabras también lo decía en las caricias y la forma de hacerme suya una y otra vez.

Los bailes bajo la lluvia, los besos robados, las veces que entre a su despacho para llevarle el té de media tarde, que tomará mi mano y saliéramos dejando todo a medias para salir a caminar, el comer helado a mitad de la plaza y recorrer las calles sin prisas.

Recuerdo todas las promesas que nos juramos y todos los planes que teníamos.

Fuimos dos locos enamorados que lo dieron todo hasta quedar sin nada.

Tomo las fotos y veo su sonrisa que ha desaparecido hoy en día cambiando por labios apretados y negaciones.

El mi niña, dicho con amor cambió por un niña tan vacío y sin sentido.

Las noches de pasión y amor se convirtieron en noches frías y solas.

No entendía que pasaba, el amor se me estaba escapando entre los dedos, preguntas sin respuestas, acciones sin sentido, los te amo no estaban y el sin darme la cara.

Me tomo cinco minutos para saber que era el, el sería el indicado, el sería el príncipe que me acompañaría en mi cuento, el sería el motivo de mi felicidad, el sería el gran amor que todos esperan y del que todos hablan.

Viví dos meses a escondidas, tres de en sueño y seis de dolor.

Todo fue cambiando poco a poco, un día ya no había margaritas, dejaron de escucharse las risas que llenaban nuestra casa, los besos robados dejaron de existir, los desayunos se volvieron comunes, las caricias dejaron de hacerme vibrar, deje de tener una cómoda almohada y la espalda que besaba ahora era una barrera, el frío llegaba y no solo era el clima, era él.

El silencio reinaba y nos arruinaba.

Ya no había un nosotros.

El hornear un pastel se volvió aburrido, ya no tenía sentido si nadie lo quería comer.

Las noches cada vez eran más distantes.

La felicidad que me acompañaba se volvió frustración por no entender que era lo que sucedía.

Las llamadas que eran de amor se volvieron de reproches.

El esperarlo con la cena lista se volvió la especialidad de la casa.

Luego un día todo cambió. Me empecé a rendir, las fuerzas que tenía de luchar se fueron agotando, la ilusión que tenía era reemplazada con la realidad, los gritos y reclamos se convirtieron en lágrimas y súplicas.

Hasta que llegue a suplicar por su cariño y atención.

Todo se había terminado y no lo quería aceptar, pero las noches frías eran tan dolorosas, los rechazos me rompieron, mis lágrimas se terminaron y comencé a empacar.

—Kate necesito que vengas por mi... Se terminó.

—Vamos en camino.

Cierro mis maletas llenas de pedazos rotos e ilusiones perdidas.

Aceptó las cosas con dolor y pesar ya que por más que luche no servirá de nada.

El amor debe ser correspondido.

No puedes seguir luchando por algo que ya no existe.

Dejo nuestros mejores momentos en estas cuatro paredes, las fotos y cartas sobre la cama y el anillo donde cada mañana había una Margarita de buenos días.

Bajo las escaleras y él está inmune.

Agacha la cabeza y como es habitual me da la espalda.

Salgo al jardín que fue testigo de nuestra historia y es inevitable vernos en cada rincón besándonos.

Mientras el me sigue con una enorme distancia, que cruzó entre lágrimas, llena de furia, coraje, resentimiento y dolor.

—Tu acabaste conmigo, acabaste con todo el amor que te tenía, me destruiste, ¿sabes cuánto me he esforzado para hacerte feliz, para que me sigas amando, para que cumplas tus malditas promesas? y tu... ¿qué hiciste tu?, te convertiste en un egocéntrico de mierda que solo le importa el maldito dinero y poder —. Le grito golpeando su pecho.

—Es mejor que te marches Ángela — El sigue con una máscara fría.

—Me largo y espero jamás volverte a ver, a ti es al que le va a pesar haberme destruido y dejarme solo el maldito caparazón, me arrancaste el corazón y lo destruiste ni siquiera te importo —. Mis gritos desgarran mi garganta.

—Vas a perder tu avión niña.

—Acabaste con nuestro amor...— Digo sollozando. —¿No te duele ni un poco, no te remuerde la conciencia? Contesta carajo —. Busco su mirada que está tan fría que duele. —Yo... yo te amaba tanto. ¿Por qué nos hiciste esto mi amore, por qué? —. Junto nuestras frentes mientras sostengo su cara por última vez tratando de que reaccione.

Toma mis manos y simplemente se da media vuelta mientras yo me termino de romper.

Las fuerzas se me van y caigo al piso de rodillas gritando, mientras Kate y Alex tratan de sostenerme.

No tengo el valor de ver la puerta cerrarse así que cierro los ojos cansada de todo esto. Del dolor que me acompaña desde hace tiempo.

Deseando que deje de doler y dándome cuanta que el príncipe del cuento no sólo me enseñó el gran amor también el peor dolor.


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El As de Espadas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora