Capítulo 3: Cambios

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Ainelen estaba nerviosa

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Ainelen estaba nerviosa. Muy nerviosa. Su corazón le saltaba en los oídos, furibundo, a punto de explotarle. 

 —¡¿Están listos?! —exclamó el instructor. 

 Al lado de la muchacha, había una veintena de reclutas que al igual que ella, estaban en la línea trazada en el suelo, a punto de... 

 —¡A correr, sabandijas! 

 Los nuevos reclutas salieron eyectados corriendo por la pista delimitada. Algunos se empujaron, otros simplemente se enredaron solos y cayeron de cabeza en el polvo. En cuanto a Ainelen, se desestabilizó al recibir un golpe en un costado por parte de algún compañero. Sin alcanzar a desplomarse, la chica se tambaleó hasta que pudo recomponerse y seguir el paso de los pocos que se habían ido a la vanguardia. 

 Ainelen comenzó a correr por el camino yermo, el cual rodeaba el patio trasero siguiendo la muralla del gran edificio de La Legión. 

 Corrió y corrió, pero le pareció que los que iban adelante se estaban alejando más y más. No, no era solo un parecer. Ellos se perdieron detrás de una de las torres de roca y otros chicos la pasaron al poco tiempo de haber comenzado. Esto era malo, a este paso... 

 —¡Recluta, ¿por qué eres tan lenta?! —el instructor ya estaba siguiéndola de cerca, reprendiéndola con una feroz mirada. 

 Hizo un esfuerzo por apurar el paso, no obstante, Ainelen se tropezó y cayó dando vueltas en el suelo. 

 Gruñó, luego apretó los dientes ignorando su situación y se puso de pie otra vez. Le tenía más miedo a ese hombre que a hacerse alguna herida. 

 «Vamos, no te quedes. Vamos, no te quedes. ¡Vamoooooos!», se echó ánimos. 

 —¡Eso, que no se te escapen! ¡Eres una depredadora, ¿entiendes?! 

 Ainelen no estaba tan segura de eso. Su cuerpo se estaba agotando demasiado rápido. No podía con el resto, por más que lo intentara. Se descubrió siendo la última de todos y para hacer las cosas peores, le dio una puntada en el lado derecho de la barriga. Apretó fuerte allí con su mano y continuó moviéndose a paso cansino. 

 —No puedo... voy a morir... supremo Oularis... bendíceme, por favor. 

 Ese día el cielo estaba despejado, con el sol en el punto más alto, la hora de más calor. Ainelen comenzó a marearse; sencillamente las altas temperaturas la ponían mal. El sudor perlaba su rostro, iba con la respiración echa un desastre. 

 Escuchó un cuchicheo alborotado delante de ella. Levantó la cabeza. Sí, el resto ya había llegado a la meta y todos parecían estarla viendo con interés. De verdad era la última. Bueno, la mayoría se trataba de chicos, así que era obvio que su resistencia física sería mejor. Pero, Ainelen además era la peor de las chicas, eso sí que era algo grave. ¿Tan mala fue su situación?

La espina malditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora