Capítulo 26: Lo que la oscuridad oculta

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—No lo permitiré —dijo mamá, con el mentón levantado

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—No lo permitiré —dijo mamá, con el mentón levantado. Sus ojos llenos de convicción caían sobre la niña que yacía delante de ella, quien tenía sus pequeñas manos cruzadas sobre su barriga.

 No era solo una pose, Ainelen estaba suplicando. 

 —No pasará nada, Ayelén. Te juro que estaré pendiente de ella —respondió papá, gesticulando una expresión compasiva—. Los exploradores limpiaron la zona completa hace poco. 

 —No dudo de ti, Tahiel. Es esta chica inquieta la que me preocupa. 

 —Un paseo al bosque no hará daño. Tu hija necesita conocer más allá de los muros. Qué aburrido es estar encerrado aquí, ¿no es cierto, Nelen? 

 Ainelen cambió su rostro entristecido por uno enérgico, entonces levantó sus manos. 

 —¡Sí! 

 Para mamá, fue como si la hubieran insultado, porque se le hinchó una vena en todo el centro de su blanca frente. Sin embargo, al cabo de un momento, relajó su postura y exhaló. 

 —Bien, bien. Hagan lo que quieran —se dio la vuelta e ingresó a la casa, cerrando la puerta con cierta brusquedad. 

 —¡Victoria! —exclamó Ainelen, dando saltitos que eran replicados por su única y larga trenza. 

 —Debemos traerle agua y pasar a adquirir víveres a la vuelta. Con tu madre las cosas nunca salen gratis. 

 La niña asintió, ausente a las preocupaciones que torturaban a sus padres. Había logrado su cometido, así que todo estaba bien. No hallaba la hora de salir por primera vez del pueblo, por lo que pensaba gozarla como no lo había hecho jamás. 

 Su padre se adelantó, algo de lo que se dio cuenta cuando el hombre de sombrero ya iba cruzando la calle. Tahiel se detuvo a esperarla, así que Ainelen corrió sonriente para ir con él. 

 Qué emocionante. Papá era muy agradable, a diferencia de mamá. 

 Papá. 

  ¿Papá? 

 Ainelen se quedó estática viéndolo a la cara. 

 Oh sí. Este era su padre: Tahiel, un hombre de tez blanca y bigote arqueado. Sus ojos negros se veían cansados, aunque siempre habían sido así. Su apariencia era la de alguien que te haría sonreír, no importando el momento en que te lo encontraras. 

 Cuando él se dio la vuelta para continuar, Ainelen fracasó en su intento por seguirlo. Un peso en su pecho, como una roca inmensa, la mantuvo clavada en su lugar. 

 Ella intentó gritar, para que papá la esperara. Pero no la oyó. ¿O la voz no le salió? Tahiel caminó y caminó, volviéndose una sombra borrosa en un paisaje blanco cegador. 

La espina malditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora