Capítulo 72: Unión de percepciones

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El sentimiento que envolvió a Ainelen en ese momento fue difícil de describir

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El sentimiento que envolvió a Ainelen en ese momento fue difícil de describir. Cada fibra de su cuerpo empujaba hacia afuera, como si quisiera desintegrarse por la presión que la habitación le transmitía. Tembló, sus dientes repiquetearon. Sintió frío y de nuevo calor. 

  Ella estaba ahí. 

 Era real. Esta vez no se trataba de una ilusión de su mente. ¿O tal vez todo lo que Ainelen vivía era un sueño?, ¿su vida era real?, ¿qué le garantizaba que sus recuerdos fuesen reales? 

 Una mujer de carne y hueso, descansando dentro de un marco de un material cristalino. La bruja tenía un cuerpo físico. ¡Supremo Uolaris! 

 La parte más racional de la joven se zambulló entre sus emociones, entonces, tomando parte de ellas, se hizo una pregunta: ¿cómo la División de Inteligencia se había hecho con tal tesoro?, ¿por qué un ser tan poderoso fue a caer en manos de tiranos? Era desesperante. 

 Sin embargo, a pesar de lo que creía, Ainelen terminó por percatarse que todas sus visiones donde se veía a ella misma temblando, retorciéndose por la intensidad del momento, era nada más que algo mental. Por fuera se mantuvo estoica, sin perder de vista a Zei Kuyenray, la enemiga de enemigas.

 —¿El objetivo final siempre fue resucitarla? 

 —No siempre. No se puede resucitar a alguien que no ha muerto, hija. La Rosa Maldita, como se le llama erróneamente, se encuentra en un estado de adormecimiento profundo. Su cuerpo tiene un poder inconmensurable. 

Sobre eso último, las líneas inyectadas en luz fluyendo desde la placa iluminada, hacían creer que la mujer estaba siendo utilizada como una fuente de energía masiva.

La bruja no estaba viva, pero tampoco muerta. Tal vez existía un limbo, una fina línea que separara ambos reinos. Si alguien quedara atrapado ahí, ¿se le podría devolver a la vida? 

 El cuerpo esbelto de la bella durmiente pertenecía al de una mujer alta. Qué majestuosa era. Su apariencia era humana, pero excedía la grandeza que Uolaris le había otorgado a la especie. En las visiones de Nurulú se describía a sí misma como un ser ajeno a la creación del dios. ¿Qué eran los dioses?, ¿existían? 

 Las muñecas de la bruja tenían heridas de aspecto reciente. 

 —¿Qué es eso? —preguntó Ainelen. Estaba convencida que, por alguna razón, Kuyenray resolvería cada una de sus dudas. 

 —Extraemos su sangre, luego la infundimos en una diamantina. En términos simples, así es como funciona la antimagia. 

 Hubo un momento de silencio. Se oían susurros casi inaudibles. 

 La capitana de la Fuerza de Exploración retiró sus manos del cristal y se irguió. Le dio la espalda a Ainelen, observando las placas que contenían estatuas humanas. 

La espina malditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora