Capítulo 45: Ausencia

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Una niña con una larga trenza jugaba divertidamente con un trocito de madera

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Una niña con una larga trenza jugaba divertidamente con un trocito de madera. Con sus pequeñas manos comenzó a echar puñados de tierra alrededor, con diligencia. Poco a poco el terrón adquiría la forma que deseaba. 

 Qué divertido. 

 —¡Este es mi castillo! —gritó Ainelen, levantando las manos, triunfante. Una sonrisa radiante se dibujó en su rostro. 

 —¡Woah, el castillo de la reina es imponente! —Dreader se volvió para presenciar la magnífica e incomparable obra de la niña. 

 —¡Como era de esperarse de Ainelen!, ¡Nuestro imperio conquistará Alcardia! —añadió Euna.

 Ainelen corrió a pararse en lo alto del patio. Separó sus piernas, ataviadas en su largo vestido crema y elevó un puño. 

 —Por supuesto. Nadie podrá resistirse a nuestro dominio. —Tenía que decir algo más. ¡Oh! Se le ocurrió algo que había oído de unos adultos cerca del pozo— ¡Someteos a mí o morir!

 Embelesados, los amigos aplaudieron el breve pero contundente discurso de la monarca. ¿Dónde estaba Tania? Maldita niña, ya había pasado bastante del mediodía. Tal vez su madre se la había llevado a los cultivos. Bueno, nada que hacer. 

 Era el primer mes de verano en Alcardia. Ohel solía traer con seguridad el calor sofocante y el sudor en frentes y manos. Ainelen se tomaba dos odres completos de agua todos los días. Cómo detestaba esta parte del año. 

 Los tres niños pasaron la tarde completa construyendo una ciudad de tierra. El área donde jugaban quedaba cerca del pozo sur, en la zanja donde generalmente muchos niños iban a jugar en estos días. Si bien Tania no llegó, quien sí lo hizo fue Vihel. 

 —¿Y quienes serán los súbditos? —preguntó de repente el muchacho antes señalado. 

 —Ustedes, obvio —respondió Ainelen. 

 —Nosotros somos tus lacayos. Digo, tus amigos. Eso no es ser súbdito. Necesitamos a alguien que nos sirva. 

 «Puede ser», admitió Ainelen, dentro de su cabeza. 

 Para ello tendrían que buscar a otros niños que estuvieran dispuestos a obedecerla. Pero a pesar de que había muchos otros con los que jugaba ocasionalmente, era raro que alguno disfrutara tomar ese rol. Todos querían mandar. 

 Como no quería estar sin otros a los que poder someter libremente, decidieron salir a buscar niños que sí tuvieran la disposición de hacerlo. En su camino se hallaron con los típicos grupos de mocosos que venían cada tarde a lanzarse la pelota de lado a lado. Pobre del que se le cayera, le dejarían rojo el trasero a patadas. 

 Ainelen y sus compañeros también solían enfrentarse a otros en eso, sin embargo, a las chicas no solían castigarlas.

 Se encontraron con la negativa de casi todos a quienes preguntaron. Excepto dos niños, una chica y un chico que Ainelen vio una que otra vez, apartados del resto. A veces podías hallarlos escondidos detrás de un árbol, mirando con timidez a otros niños. ¿Por qué simplemente no decían que querían unirse a jugar? Era muy fácil. 

La espina malditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora