Capítulo 52: Aventura subterránea

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Ainelen asomó la cabeza sobre el carro volteado en la línea del riel

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Ainelen asomó la cabeza sobre el carro volteado en la línea del riel. Se hallaba junto a los demás chicos en una habitación próxima a la que usaban como zona de descanso. El lugar era más oscuro, como era de suponer debido a la escasa fuente de luz. No obstante, a lo largo del túnel repleto de pilares de madera de aspecto rústico y en mal estado, de vez en cuando podías hallar incrustaciones de diamante azul brillante. 

 Sí, tal como Danika lo había confirmado, esta había sido una mina. Era difícil saber dónde se ubicaba, porque de seguro se trataba de información desconocida públicamente. 

 El olor del metal oxidado fluía a través del ambiente, y también... ¿sudor?, ¿moho? No era que Ainelen culpara a alguno de sus compañeros, pero el lugar en general olía mal. Tal vez un animal en descomposición estuviera cerca. 

 Danika gruñó. Sus dedos presionaban sus orificios nasales mientras veía los alrededores con el ceño fruncido.

 El grupo se encontraba en un punto del túnel en que la cavidad rocosa se abría. Parecía una división vertical enorme, donde los rieles cruzaban por el borde de un abismo serpenteando hacia la oscuridad lejana. 

 Los chicos miraban atentos hacia unas figuras que deambulaban en el nivel inferior. Según Danika, las minas por lo general tenían de cinco a nueve pisos, contando con una sala de descanso en un extremo y los ascensores en el lado opuesto. 

 —Deben ser goblins —señaló Amatori. Los demás parecían de acuerdo con eso. 

 Ainelen apretujó con sus dos manos el bastón-hoz. Estaba un poco temerosa de saber que no eran los únicos en la mina. Intentó calmarse, lo que por alguna razón la llevó a poner su atención sobre Holam. El muchacho estaba a su derecha, entre ella y Amatori. Danika estaba a la izquierda.

 Los ojos oscuros de Holam veían con indiferencia lo que sucedía allí abajo. ¿Cómo hacía él para mantenerse tan sereno en situaciones como estas? Ainelen deseaba que le pudiera compartir aunque fuese un poco de esa medicina milagrosa. 

 «Parece que está bien», pensó ella, con una leve sonrisa. No podía creer que les hubiera jugado una broma como la de hace rato atrás. ¿Desde cuándo Holam era un chico travieso? 

 Luego de un rato, el pelinegro clavó sus ojos en Ainelen, como dándose cuenta de la mirada acosadora. La joven desvió la vista.

 Estaba sonrojada. 

 Se estaba volviendo un poco caótico estar cerca de él. ¿Cómo pasó eso?

Terminando la exploración del nivel, el grupo regresó a la habitación principal a reorganizarse. Danika no estaba segura de la arquitectura de la mina, decía que podía existir una salida al lado opuesto de la primera planta, lugar al que todavía no iban. Sin embargo, era posible que la salida en realidad fuera el lugar en el que se encontraban ahora mismo.

 —Tengo un mal presentimiento —La rizada acarició la pared irregular que estaba bajo el agujero del techo—. Puede que aquí el material se derrumbara. Cada vez que miro esa línea de ahí me convenzo más de que la vía de escape era esta. 

La espina malditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora