Capítulo 32: Los miedos están hechos para superarse

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Los gritos de lucha estallaron fuera de las robustas murallas de Elartor

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Los gritos de lucha estallaron fuera de las robustas murallas de Elartor. Bajo la torre donde observaban los chicos, se libraba una nueva jornada de combate contra hordas de no-muertos. Al caer la noche, las criaturas habían emergido de los alrededores del Valle Nocturno, atravesando el campo entrampado y escalando la fosa. 

 Era lo usual en estas últimas semanas. Una vez se iba el sol, los humanos debían estar atentos a cualquier peligro que acechara. Y vaya que era una situación estresante, porque si bien no siempre la fortaleza recibía ataques, durante todo el año sucedían incidentes. 

 Un batallón de veintisiete hombres de diferentes clases luchaba con fervor, repeliendo hasta ahora, exitosamente la ofensiva enemiga. 

 ¿Los no-muertos eran inteligentes? En cierta medida lo eran. Tendían a actuar agresivamente con los humanos, no así con otros seres vivos. Se les veía durante las noches, lo que generaba sospechas de que la luz solar los dañaba. Eso no estaba confirmado: corrían rumores frecuentes de que se trataba solo de una cuestión de comodidad, que en realidad sí podían moverse durante el día. 

 Las llamas de las antorchas crepitaban, iluminando las seis torres que formaban un hexágono sobre el adarve de la muralla. Dentro, el edificio principal de tres plantas, un pabellón con forma de c, yacía calmo. Era un contraste mortal con lo que sucedía a las afueras. 

 Ainelen apretujó su bastón, sintiéndose inquieta. Pensaba que en cualquier momento sucedería algo muy malo. 

 —Van a por los usuarios de diamantinas. Luklie está concentrando su atención —indicó Zei Gabriel, con el mentón. El subcapitán, de lentes redondos y cabeza rasurada casi por completo, fue quien les entregó gran parte de la información que ahora sabían. El resto lo habían oído de Iralu. 

 La fortaleza recibía abastecimiento desde la Fuerza Fronteriza, las cuales estaban conectadas por un camino que iba hacia el este. Por supuesto, no tenían permitido depender únicamente de ellos, así que el lugar contaba con campos de siembra que se trabajaban en primavera y verano.

 También solían llegar de vez en cuando grupos de exploradores, quienes eran recibidos en sus labores por estos rincones de la provincia. 

 —Deberían habernos dejado ir —dijo Danika, con voz ronca. 

 —El comandante ordenó que esperaran. Ya necesitaremos de vuestra ayuda más adelante. 

 —Hubiera servido para foguearnos un poco, siquiera. 

 —Sí, también pienso eso —estuvo de acuerdo el hombre de lentes. 

No fue como que se quedaran de brazos cruzados tampoco. Al equipo se le solicitó colaborar con tareas de orden, barriendo el piso, sacando la basura y otras actividades para familiarizarse con el lugar. Próximamente se les asignarían tareas individuales, las cuales serían las que llevarían a cabo de manera permanente. 

La espina malditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora