Capítulo 12: Terror nocturno

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Por ahí no

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Por ahí no. Había una rama, o una raíz. Por allá tampoco. Ainelen levantó con cuidado un pie y luego avanzó, apoyándose con una mano en la corteza áspera de un árbol. A medida que se deslizaba, el ruido de las hojas secas se sentía como un puñetazo en el estómago, inquietante.

 No podía ver absolutamente nada. Estaban en medio de la espesa forestación, atravesando lo que era un terreno descendente. Se habían alejado considerablemente de la mina, a tal punto de que ya no se oían los alaridos de los soldados. ¿Qué pasaría con ellos?

 Alguien hizo gesto para que guardaran silencio. Amatori. 

 —¿Oyen eso? —dijo en voz baja. 

 —¿Qué? —preguntó Ainelen. 

 El silencio cayó de nuevo y entonces se pudieron oír pequeños ruidos. Venían desde la izquierda. 

 La chica percibía su corazón saltándole a tumbos. Parecía que ese sonido eclipsaba el de las pisadas que se acercaban. De pronto se detuvieron, lo que generó que el clima se pusiera todavía más denso. 

 —Oigan —susurró Vartor—, ¿ya se fue? 

 En ese momento las pisadas resonaron muy cerca. Ainelen dejó salir un gemido y caminó hacia la dirección contraria. Fuera lo que fuese eso, se movió con mayor rapidez que antes y el grupo comenzó a descender desordenadamente la colina. 

 —Oh, mierda —Danika al parecer se tropezó. 

 De alguna manera, lograron llegar a una planicie donde los árboles estaban más espaciados. En ese lugar la sombra no era tan opresiva como estar en pleno bosque. 

 —Deberíamos volver —propuso Holam. 

 —¿Ah?, ¿Acaso no ves lo que ocurrió? No es seguro regresar —se quejó Amatori. 

 —¿Y es más seguro quedarnos aquí?

 —Yo no he dicho eso. 

 —¿Entonces qué? 

 El joven de la diamantina vaciló. No parecía tener muy claras las cosas. Sin embargo, Ainelen, más allá de su preocupación por lo que ocurría en esos momentos, no había podido abstraerse de lo que Amatori le susurró. 

  "Tú y yo tenemos a un enemigo mucho mayor". 

 ¿A qué iba eso de manera exacta? 

 Las lunas Amubah y Emunir asomaron entre las nubes del cielo nocturno. La primera, la más grande, poseía un anillo solemne e irradiaba luz púrpura. La segunda en cambio, como si fuera su fiel secuaz, era más pequeña y de coloración cyan. Ambas juntas producían una aureola que ayudaba a menguar las tinieblas, hasta el punto de ver el área muy nítida. 

 Una figura pequeña se tambaleó a unos metros. Los chicos giraron sus cabezas para observarla. Era como un niño pequeño, con cuernos y con envoltorios en su zona baja. No, eso no era un ser humano. Era... 

 —Un goblin —Amatori chasqueó la lengua. Acto seguido, desenfundó su espada cristalina y cargó contra la criatura. El goblin chilló y se tambaleó. Fue lo bastante audaz como para que el humano no lograra cerrar la distancia a tiempo—. ¡Hey!, ¡No se queden mirando y colaboren! Tenemos que acabarlo antes de que llame... 

 Fue muy tarde. 

 El goblin gruñó mientras escapaba, su repugnante voz haciendo eco en todos lados. Como era de suponer, otros gruñidos se unieron a la fiesta y el sonido de pisadas delató a los refuerzos. Delante y a la derecha, cubriendo gran parte del área. 

 Por instinto, todos huyeron hacia la dirección opuesta, siguiendo el terreno despejado por el cual fluía un arroyo. 

 Esa noche no pegaron un solo ojo. El grupo logró zafar de la amenaza y avanzaron quien sabe hacia donde, deteniéndose esporádicamente a descansar. 

 Ainelen creyó que la noche fue eterna, porque el amanecer llegó en lo que parecieron ser años. Los primeros rayos del sol abrazaron su rostro con gentileza, ella agradeciendo a Oularis por ese maravilloso fenómeno llamado día. 

 —¿Dónde estamos, rizado?, ¿todo va de acuerdo a tu magnífica idea? —Danika estaba sentada sobre una piedra, de cara al riachuelo que habían seguido toda la noche. 

 —Yo no soy rizado, soy Amatori. La rizada aquí eres tú. Mi cabello es ondulado. 

 —Da lo mismo. Rizado, ondulado. Ambos se retuercen como ramas. 

 —No son lo mismo, la diferencia es... ah, déjalo. Sobre tu pregunta, no tengo la más mínima idea de donde estamos. 

 Holam frunció el ceño. 

 —Excelente —dijo con ironía. 

 Se quedaron todos echados sobre la rivera abundante en rocas. El frio mañanero se hallaba presente, condensando sus exhalaciones, como era ley, pero con la actividad que traían no se notaba para nada. 

 El bosque yacía bañado por la luz rojiza del sol, con los pájaros iniciando una nueva jornada de su incesante canto. Los robles se peleaban palmo a palmo su espacio en ambos lados de la forestación. El terreno era una planicie que se extendía hacia el norte, con montes pronunciados hacia el sur y el oeste. 

Si algo sabía Ainelen, era que habían estado yendo hacia el norte. 

Quería reunirse con los reclutas e instructores, saber si estaban bien. No obstante, por otro lado, lo de Amatori la mantenía en un limbo donde no sabía qué era lo indicado. 

 —Tal vez sería buena idea regresar. Anoche no pudimos porque no veíamos nada, ¿cierto? Las cosas ya deben estar bajo control —dijo Vartor rascándose la cabeza. La respuesta del chico peli ondulado fue tajante. 

 —¡No! 

 —¿Por qué no? A mí me parece lógico —añadió Holam, sentado mientras empuñaba una piedra diminuta. 

 Amatori apretó los dientes, entonces clavó sus ojos en Ainelen. 

 «¿Eh?, no me digas, ¿quiere que lo ayude? ¿por qué solo no le dice al resto lo que me dijo a mí?», pensó ella. Era raro que no lo hiciera. 

 Estuvieron un rato mudos, hasta que un débil ronquido se escuchó. Danika estaba con la cabeza derrumbada, entonces, tras balancearse un poco, se fue de lado y su armadura tintineó contra las rocas al impactar. Ella no se despertó, continuó durmiendo, incluso con su espada bastarda pegada a la espalda junto a su equipaje. 

 —Será bueno descansar —concluyó Ainelen con una pequeña risa forzada.

La espina malditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora