Los días transcurrieron más rápido de lo que Ainelen esperó. En la Fortaleza Elartor, ella y sus compañeros se fueron acostumbrando a la rutina diaria. Llevaban a cabo sus labores dentro del edificio, combatían esporádicamente, conocían a más personas y recibían de vez en cuando a grupos nuevos de exploradores que iban de pasada.
Urumuwen acabó, llegando por fin aiwen, el penúltimo mes del año. El décimo día del antes mencionado era especial, porque Ainelen cumplía sus diecisiete. Y es que se despertó bastante alterada, había que ocultar como fuese el hecho. ¿Quién no lo hacía? Nadie les comunicaba a otros que faltaba un año menos para morirse. Curiosamente, fue raro que tuviera que poner esfuerzo en ello; era como si en su interior algo presionara para gritarlo a todo pulmón.
Coincidió con su primera salida a reconocimiento desde su estadía en la fortaleza. En ese punto, Danika, Amatori, Vartor y hasta Holam, habían salido por lo menos una vez junto a exploradores veteranos. Recorrían los alrededores del Valle Nocturno, asegurando el sendero hacia el río Lanai y el camino principal hacia la Fuerza Fronteriza.
En aquel viaje, sus compañeros fueron Zei Claussie, capitán y líder, Zei Ankatu, un chico espadachín, y Zei Eluney, el arquero del grupo. Era un equipo de exploradores en toda regla.
En el último par de semanas, los ataques de no-muertos habían decrecido considerablemente, permitiendo a La Legión retomar las misiones de limpieza. De no haber sido así, hasta ahora tendrían que haber resistido no solo acorralados, sino que también sin recibir bienes de consumo y armas por parte del Consejo Provincial. Por suerte las vías se reactivaron.
En la fortaleza Elartor guardaban una buena reserva de alimentos, pero lo complicado era el armamento. Con suerte tenían un taller en el cual afilaban espadas, cuchillos y lanzas, además de elaborar arcos y flechas. Cuando se hablaba de armaduras, era imposible. A Danika le repararon su espada un par de veces, la cual aún le quedaba vida útil.
La misión de exploración transcurrió sin muchos incidentes, como se anticipaba. De vez en cuando asomaba alguna criatura, como un pobre goblin que fue rebanado por Claussie, o una masa aceitosa, también hecha girones por el capitán. Según él, esas criaturas no morían, solo se dispersaban y volvían a reunir sus partes. No se sabía exactamente lo que era, tampoco se les había dado un nombre. Incluso se dudaba de que fueran seres vivos.
Ainelen había mejorado su rango de poder curativo y, no solo eso. Ahora veía en las personas y animales pequeñas motas de luces, tales como lo eran los colormorfos. ¿Lo eran también? No podía afirmar nada al respecto, aunque cuando vio morir al goblin, las luces escaparon de su cuerpo repartidas en millares. Eso le recordó a las flores espolvoreándose en verano.
El equipo regresó al atardecer, con el sol poniéndose detrás de las montañas Arabak. La grieta en el cielo yacía más al sur que de costumbre, pues era lo natural cuando avanzabas hacia la dirección contraria.
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La espina maldita
FantasyA veces la cura puede ser peor que la enfermedad. Cuando Ainelen decide unirse a La Legión, jamás pensó que eso terminaría metiéndola en un lío mayor que estar obligada a casarse de joven. Su vida, despojada de libertad y de la posibilidad de elegir...