Capítulo 42: La luna y el oso

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—Fantasmas blancos

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—Fantasmas blancos. —Danika señaló con el mentón hacia las figuras luminosas que deambulaban a lo lejos. Se deslizaban flotando sobre el suelo, emitiendo susurros que le ponían la piel helada. 

 —Espectros —la corrigió Holam. 

 La rizada estuvo a punto de chasquear la lengua, pero decidió que no era bueno mostrar su desagrado. Se enfocó únicamente en las criaturas, cuya luz parpadeaba a medida que pasaban detrás de un árbol. 

 Era plena noche en el Valle Nocturno. Un frío de los mil demonios la tenía paralizada dentro de su peto de hierro. Movió un poco sus manos y pies, intentando mantener un estado físico apto por si una emergencia sucedía. 

 «Si no caliento antes de la acción, mis músculos se romperán como vasijas», pensó Danika. Inspiró y exhaló varias veces, luego dio pequeños saltitos. Se aseguró de no meter ruido, pues ya veía a Holam indicándole que no era correcto lo que hacía. 

 «¿Por qué de todas las personas tuve que terminar junto a él? Maldita sea, Oularis. Maldita sea». Incluso estaba dispuesta a tolerar al imbécil de Amatori, pero Holam era un caso distinto. 

 Él no era un imbécil, ni un pervertido, tampoco era alguien que actuara de manera irracional y osara meterse donde no lo llamaban. ¿Entonces qué era lo que le molestaba de él? 

 «Piensa, Danika. Piensa. Aunque este no es el momento para eso». 

 —Debe haber criaturas cerca —dijo el chico—. Raro. 

 —¿Qué es raro? 

 Hubo silencio. 

 «¡Eso!, ¿lo ves? Eso me molesta de Holam. ¿Por qué me corta la conversación en un momento tan poco conveniente?». Había muchas cosas más, por supuesto. 

 —Hey, ¿qué es raro? Respóndeme. 

 Fue inútil. 

 «Bien. Me rindo». 

 Los espectros blancos continuaron sin moverse, incluso después de mucho tiempo. En ese momento ya debía ser media noche. Las lunas estaban tapadas por el manto negro, el cual gracias a Uolaris detuvo la irritable lluvia. 

 ¿Cuánto más estarían detenidos en ese lugar? Ocurrió que luego de separarse de Ainelen y Amatori, Danika junto a Holam evitaron acercarse al gigante de roca. Luego del miedo a salir heridos, lo vieron caer a manos de los perseguidores, quienes fueron por los otros chicos. Eso condujo a una discusión sobre si era indicado buscar a sus compañeros a sabiendas del peligro que conllevaba hacerlo. Danika quería ir sí o sí, en cambio, Holam propuso avanzar en paralelo, sin arriesgarse demasiado. 

 No fue ni lo uno ni lo otro. 

 Apareció una criatura mitad hombre y mitad toro. En realidad, un hombre con cabeza de toro. Uno inmenso. A Danika se le apretaba el estómago de solo recordarlo. Todo eso los obligó a tomar un desvío hacia el norte y luego hacia el suroeste. Ahora mismo no sabían en donde estaban, todavía menos Ainelen y Amatori. 

La espina malditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora