Capítulo 60: Voluntad ardiente

5 1 2
                                    

Refugiada tras una gran roca, cercana al precipicio, Ainelen se abrazó a sí misma soportando el martirio

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Refugiada tras una gran roca, cercana al precipicio, Ainelen se abrazó a sí misma soportando el martirio. Entre las bajas temperaturas y el dolor que su marca le provocaba, no sabía cuál de esas opciones era peor. Tal vez lo correcto era decir que ambas eran igual de malas. 

 Sus dientes repiquetearon, entonces soltó un leve gemido que se perdió entre el sonido del viento. A su lado, Holam y Amatori yacían descansando de espaldas a la dura e irregular pared rocosa. Sus miradas desinteresadas apuntaban en direcciones dispares hacia el cielo. 

 Para mitigar el dolor, un hechizo de curación no habría estado mal. Ainelen pensó en eso, pero no olvidaba lo sucedido. ¿Y si de repente aparecía una criatura peligrosa y hería a alguien?, ¿y si Holam o Amatori se golpearan al caer en la cuesta? 

 No. Mejor era guardarlos.

 Dejando eso de lado, era increíble que al final hubieran encontrado una montaña en toda la llanura. Y no era una sola, sino que a lo lejos también sobresalían otras más pequeñas. Era el resultado de toda una mañana caminando sin parar. 

 ¿Por qué Amatori había venido hasta este lugar? Cuando le preguntaron dijo que fue porque quería estar solo y explorar un poco; sin embargo, la chica sospechaba que él verdaderamente había querido dejarlos. ¿Y qué podía afirmar de eso? Pues nada. Él debía sentirse todavía muy molesto por la traición. 

 —Iré a ver algo —dijo de pronto el joven, ahora desaliñado y con una postura cada vez más encorvada. Se puso de pie. Ainelen abrió los ojos y por acto instintivo hizo amago de levantarse—. No me escaparé —aseguró Amatori, leyendo la mente de la curandera. 

 Luego de su marcha, Ainelen relajó sus músculos y apoyó la espalda en la pared, levantando la cabeza mientras cerraba sus ojos. Suspiró, poniendo empeño en aguantar el dolor. 

 Holam se levantó y salió del refugio. Echó un vistazo en la dirección por la que había ido el primer joven. Al parecer no confiaba en su palabra. 

 —Nelen, ¿puedes esperar aquí? 

 —No, voy contigo. 

 El pelinegro hizo amago de detenerla, pero ella se puso de pie lo más rápido que su enfermo cuerpo se lo permitió. Cerca de Holam, evitó mirarlo a los ojos, con expresión seria. 

 En silencio, el joven se dio la vuelta y comenzó a caminar.

 El lugar estaba lleno de peligrosos picos que sobresalían afilados tanto arriba como debajo de la montaña. Daba la sensación que deambulaban en medio de un millar de cuchillas gigantes color ocre.

 ¿Hacia dónde había ido Amatori? No se veía nada más que desolación y una neblina opaca cubriendo el camino delante de ambos. 

 Tras un buen rato subiendo en caracol, llegaron hasta una formación similar al capullo de una flor. Bastante extraño. Amatori estaba en puntillas observando lo que había dentro. Ainelen y Holam se acercaron. 

La espina malditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora