Capítulo 58: Emociones

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El crepitar de las llamas se oía con severidad, allí, en ese tiempo y espacio; en aquel crepúsculo agonizante que presentaba un cielo pincelado de escarlata y violeta, tornándose cada vez más oscuro

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El crepitar de las llamas se oía con severidad, allí, en ese tiempo y espacio; en aquel crepúsculo agonizante que presentaba un cielo pincelado de escarlata y violeta, tornándose cada vez más oscuro. 

 Solo la grieta blanca prevalecía, aunque era sabido que también estaba destinada a morir. 

 Unos vivían más que otros, pero no importaba cuando: la muerte era lo único seguro que los seres vivos poseían. 

 Los tres jóvenes que todavía residían en el mundo físico yacían en solemne silencio, observando a la que hace solo un día atrás había estado junto a ellos. Danika estaba acostada con sus dos manos sobre su vientre. Sus ojos cerrados y su cabellera suelta se exhibían una última vez antes de volverse cenizas. 

 Ainelen siempre pensó que la nariz pequeña y redondeada de Danika, junto a sus labios gruesos eran de una hermosura excepcional. Le molestaba su propio lunar, pero en cambio, hallaba que las pecas en ese rostro moreno habían nacido con el único propósito de complementarse.

Los ojos de la curandera estaban enrojecidos de tanto llorar. Sonó su nariz, todavía aguantando no volver a quebrarse. Quería estar serena, por lo menos en ese momento tan especial. 

 —Es hora —indicó Holam, quien era la persona que se ofreció a llevar a cabo el ritual. Bajó la antorcha que portaba en su mano y prendió la yesca que rodeaba el cadáver de Danika. El fuego avanzó trazando un círculo, luego ardió progresivamente hacia el centro.

 Ainelen estaba frente al improvisado altar, mientras que Amatori se hallaba de pie a unos metros a su izquierda. Estaba dándole la espalda, aunque cuando las llamas quemaron a su antigua compañera, se puso de frente para verla con expresión imperturbable. 

 No pudo soportarlo. Ainelen rompió en llanto por enésima vez, tapándose la boca con una mano mientras se encogía en su lugar. Se volvió demasiado pequeña, el mundo y sus hostilidades la abrumaban. 

 Amatori y Holam no ofrecieron más que su silencio. 

 Cuando las llamas consumieron por completo el cuerpo, los alrededores de la mina ya habían sido envueltos por la noche. Holam tomó restos de las cenizas y las amontonó junto a la espada, la armadura y el broquel de Danika.

******

El equipo pasó la noche dentro de una de las cuantas casuchas de piedra que estaban instaladas en la bajada a la mina. Eran viviendas de aspecto extraño, rústico, con una arquitectura rectangular. Las ventanas con sus vidrios rotos no impedían que el frío ingresara, no obstante, era mejor eso que dormir a la intemperie.

 Estaban ordenadas en dos filas, separadas por un camino que venía desde el desconocido horizonte hasta el acceso al ascensor. Incluso durante el día era difícil de distinguir. 

 El amanecer llegó puntualmente, el sol mostrándose sin que le importara lo que sucediera en el mundo humano. La naturaleza no se detenía por nada. 

La espina malditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora