Capítulo 38: Un mundo frenético (Inicio parte III)

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La noche los encontró a poco más de la mitad del sendero hacia el río Lanai

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La noche los encontró a poco más de la mitad del sendero hacia el río Lanai. Los chicos quedaron estacionados producto del cansancio excesivo. Correr con equipaje y blindaje era un auténtico dolor de cabeza. 

 En medio del silencio nocturno, las respiraciones desordenadas y la minúscula brisa de viento cobraron protagonismo. El Valle Nocturno se veía siniestro, nubes oscuras recorrían el cielo, con las montañas y árboles carentes de follaje irguiéndose como siluetas negras por todos lados.

 Los chicos se quedaron en silencio, como si nadie supiera qué hacer luego del descanso. Entonces, una luz asomó en la cima que hace poco recorrieron. 

 —No nos dejarán en paz hasta que estemos muertos —gruñó Amatori—. Movámonos. 

 Contra su propia voluntad, Ainelen echó a correr. Le dolían las piernas, sin embargo, lo más apremiante, era que su cabeza parecía que estallaría. Sus párpados deseaban ansiosamente cerrarse, su consciencia desvanecerse. Necesitaba calmar el torbellino que se desataba ahí. 

 —Como saben que el sendero es una ruta segura, pueden rastrearnos fácilmente. 

 —¿Es solamente el sendero?, ¿o las diamantinas tienen algo que ver? 

 Ante la pregunta de Holam, Amatori vaciló en responder. Mientras eso pasaba, el camino se curvó hacia la izquierda, luego hacia la derecha, serpenteando a través del terreno descendente. 

 —No tengo idea. Pero estoy seguro de que tratarán de alcanzarnos antes de salir de aquí. Si dejamos el sendero, les será muy difícil dar con nosotros. 

 La noche no era tan oscura, por lo que avanzar no era una tarea imposible. Aun así, Ainelen se tropezó varias veces. Incluso, casi cae del puente cuando cruzaron un pequeño estero. 

 «Vartor se ha ido», pensó con dolor. «Se ha ido. Vartor se ha ido. Se ha... ido». Las lágrimas afloraron de sus ojos, deslizándose por sus mejillas hasta mojarle el cuello de la camisa. 

 Parecía una pesadilla. Hasta hace poco él vivía. Como grupo habían estado en paz durante un tiempo bastante largo. Ainelen creyó ingenuamente que podían tener esperanzas de que Elartor se convirtiese en su nuevo hogar. Pero el mal que acechaba era crónico. 

 ¿Pudo haber hecho algo para salvarlo? 

 «Debí lanzar un hechizo cuando la flecha lo alcanzó. Pude mantenerlo vivo durante un momento y, si alguien retiraba la...». 

 Pero los perseguidores se habrían abalanzado sobre ella y el resto de sus compañeros. Eso incluso hubiera traído peores resultados. No era culpa de Ainelen, ella nada podía hacer. 

 «¡No!», gritó una voz dentro de su cabeza. «No soy inocente. Yo soy culpable. Lo he arruinado. Por favor, que alguien me diga que soy un fracaso». 

 ¿Qué había de Iralu? 

 Ainelen se llevó una mano al pecho. La fría y dura armadura de cuero impidió que se arrancara la piel. 

La espina malditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora