Capítulo 39: Luz y frialdad

7 1 3
                                    

Nadie fue capaz de ponerse de pie, ni siquiera de mover un dedo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Nadie fue capaz de ponerse de pie, ni siquiera de mover un dedo. Eso fue porque Antoniel señaló con un gesto al arquero de nariz puntiaguda y rostro afilado. El infame se acercó con una flecha, lista para ser disparada a cualquiera que osara agitarse. 

 —Nos han dado muchísimos dolores de cabeza, chicos. Pero tomémonos con calma esto. Vale, imaginemos que es una cita de amigos, un reencuentro afectuoso. 

 A Ainelen se le revolvieron las entrañas cuando oyó la risa de Zei Antoniel. Sintió un asco inexplicable. Fue incapaz de mirarlo a los ojos, a él ni al resto de sus acompañantes. Cuando se acercaron, se limitó a observar los botines oscuros dejando sus huellas en la tierra. 

 El grupo había cometido un error fatal. Si tan solo se les hubiera ocurrido antes, podrían haber borrado sus rastros, o incluso haber creado unos falsos. Todo este tiempo la habían dejado muy fácil. 

 Los chicos permanecieron quietos, en silencio, mientras el líder enemigo se acuclillaba frente a Ainelen. Los otros formaron un triángulo alrededor. 

 —Ella tenía razón. —Antoniel buscó la atención de la curandera, pero al ser ignorado por esta, le presionó sus dedos ásperos bajo el mentón, levantándoselo hasta que quedaron cara a cara.

 Ainelen tembló, paralizada, horrorizada. Aquellos ojos negros parecía que la encadenarían, para luego lanzarla hacia el abismo. 

 —¡Quítale tus manos de encima! —exclamó Danika a sus espaldas. Se escuchó removerse, entonces hubo un golpe. Cuando la curandera se volvió para ver lo que sucedía, encontró a la rizada desplomada, sus labios gruesos manchados de sangre. 

 —¡Por favor...! —gritó Ainelen—. ¡Ella y Holam son inocentes!, ¡Suplico que no les hagáis daño!

 —Es negociable, muchacha. Dependerá de qué tan bien se porten. 

 Danika se levantó a duras penas, visiblemente adolorida por el combo recibido por parte de un hombre calvo, cuya rasuración era exceptuada por la línea que le recorría desde la frente hacia atrás. 

 Era un sujeto corpulento. En su espalda iba enganchado un objeto cuadrado con patrones ornamentados en la esquina superior. Un bastión, sin duda alguna, y, por el material y coloración del escudo, un usuario de diamantina. 

 —¿Por qué hacen esto? —preguntó Danika. 

 Zei Antoniel se acarició la barbilla, con los ojos clavados en el cielo manchado de colores. 

 —Por el bien de Alcardia. Esa es la respuesta, honestamente.

 —¿El bien de Alcardia?, ¿qué clase de broma es esa? ¿cuenta como bien el herir y matar a tus compatriotas?, ¿no se supone que nuestro enemigo es Minarius? 

 —Por supuesto, es así. Pero, ahora mismo ustedes están poniendo en riesgo la protección de toda la población. Les recuerdo que entre esos mismos se hallan vuestros familiares y amigos.

La espina malditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora