Capítulo 44: Quebrando las apariencias

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Holam retrocedió con un movimiento ligero

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Holam retrocedió con un movimiento ligero. Su pie de apoyo estuvo a punto de resbalar en la roca mojada, pero logró estabilizarse con un giro de su zona superior. Le valió un gran dolor. En todo caso, era mejor eso que lo otro. 

 Delante de él, Danika contuvo la embestida de un no-muerto esquelético, cuyos ojos parecían brillar, dejando una estela cada vez que se deslizaba intentando romper la defensa enemiga. 

 La morena empujó su broquel, mandando a la criatura hacia atrás. El contacto se había roto. 

 —¡Ahora! —gritó Danika. Holam ya lo tenía previsto, así que no perdió tiempo y corrió buscando la espalda del no-muerto. 

 Bien. Lo hizo a tiempo. Logró cerrar la distancia antes de que se diera la vuelta. Era un punto ciego, así que la ventaja estaba totalmente de su lado. 

 «Es necesario», pensó el muchacho. «Esto no me convierte en alguien como él. Esto es diferente». 

 Holam blandió un mandoble directo a la cabeza. La hoja reluciente hundió su filo en la carne putrefacta que aun poblaba el cuello de la criatura, entonces impactó el hueso con un sonido poco agradable. Cuando intentó retirar la espada, se dio cuenta de que se quedó atascada. 

 «No puede ser cierto», maldijo dentro de su mente. Holam frunció el ceño, su rostro empapado en la lluvia mientras el viento soplaba como la condenación misma. 

 —¡Voy! —Danika pasó por el flanco opuesto y con un golpe descomunal usando su escudo, arrancó la cabeza del no-muerto. 

 El pelinegro retiró su arma, verificando que el filo aún no se hubiera estropeado mucho. Halló un mínimo sacado, insuficiente para dejar la espada fuera de servicio. 

 «Mucho. Debo perfeccionar mi técnica. A este paso la hoja se estropeará antes que me dé cuenta. El peso es un problema». Pero en este momento, incluso lidiando con sus emociones de apuñalar a otro ser, había un asunto mayor. 

 —Hay que encontrar refugio —indicó, mientras cubría su vista con la mano arqueada. 

 Los árboles se retorcían ante el viento sibilante, sus ramas casi tocando el suelo. Las hojas secas desparramadas giraban en remolinos, con toda el área reducida a un campo de visión de menos de cien metros de distancia. Las nubes oscuras se movían tan rápido y bajo que parecía que los abrazarían mortalmente. 

 Holam apenas podía mantenerse de pie. Tenía que agradecer que el temporal tenía intervalos en los que menguaba, siendo uno de esos los que favoreció el combate. Ahora, sin embargo, la situación empeoraba otra vez. 

 —¡Vamos! —exclamó Danika, corriendo lo más rápido que podía con su peto de hierro. Las capas de ambos muchachos flameaban endemoniadas. 

 Buscaron un lugar en una zona baja del bosque, descendiendo por el lado de una meseta. Dieron con una cueva. No, parecía serlo, pero al acercarse, resultó ser una hendidura cubierta desde un flanco por rocas y desde el otro por un gran árbol. Les sirvió para resguardarse de la lluvia, que caía desde el norte por la gracia del viento. 

La espina malditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora