Capítulo 15: Golpe Inesperado

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Obviamente, terminaron por usar toda el agua que habían reservado para beber

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Obviamente, terminaron por usar toda el agua que habían reservado para beber. Esa noche nadie durmió, todos atentos por si los lobos regresaban. Pero estaba una preocupación mucho más grande: ¿qué beberían? El agua del río Lanai fue una opción, sin embargo, hubo un malestar general en aceptar eso. 

 Así llegó el otro día. Pasaron debatiendo si bebían o no de esa fuente. Pero Ainelen fue el presagio de la salvación, ya que comentó que intuía de que ese día habría lluvia y así terminó siendo. 

 En ese momento una densa neblina cubría el bosque, envolviéndolo, igual que una persona al cruzar los brazos sobre otra. La lluvia caía en goteras pequeñas, impactando sobre las hojas, que parecían adquirir vida cuando eso sucedía. El olor del pasto y la tierra mojada fluía agradablemente. Era un paisaje hermoso según Ainelen. 

 El grupo se había cobijado debajo de la gruesa raíz de un árbol derrumbado. Allí había quedado un agujero en el suelo, el cual estaban usando como un improvisado refugio. Al no haber viento, las vestimentas aun las conservaban secas. 

 Vartor estaba sacando la lengua, atrapando en su boca el agua que caía tanto del cielo directamente, como desde los árboles. 

 —Tienen veneno —dijo Amatori. En su rostro yacía dibujada una sonrisa, una sonrisa de gato. 

 —¡¿Eh?! —el joven alto y de aspecto alargado se sacudió, asustado— ¡¿Es eso cierto?!, ¡Rápido, respondan!, ¡¿Voy a morir?! 

 —Te está molestando, es demasiado obvio —Danika ladeó la cabeza con expresión perezosa.

 Por otro lado, Ainelen se mantenía sentada, encorvada, mientras alternaba su atención entre sus compañeros y el bosque. Qué maravillosa era la lluvia. 

 Cambió su enfoque a Holam. El chico de cabello liso y erizado era el más alejado de todos, recostado a la derecha de ella, cuando todos los demás estaban concentrados al lado opuesto. Sus labios estaban articulando palabras, aunque muy bajas como para que Ainelen las oyera. 

 —¿Decías algo? —le preguntó. 

 —No —respondió Holam. Parecía que el silencio era su escape otra vez, pero luego de un rato su voz grave se volvió a oír—. A este paso no llegaremos a tiempo. 

 —Sí. Nuestras ropas se mojarán. No creo que las capas que nos dieron ayuden mucho, ¿cierto? 

 Holam asintió como respuesta. 

 Ainelen buscó su diamantina. La había dejado apoyada contra la madera, encima de su mochila, entonces la tomó con sus manos y la dejó en sus piernas. No había tenido mucho tiempo para observarla últimamente, y su curiosidad por hacerla funcionar iba en crecimiento.

 ¿Cómo lo había hecho Zei Ominsk? Claro, se había cortado, pero ella no probaría a hacer eso. Ni loca. 

 Las motas de luces de colores no habían vuelto a asomarse, lo que la ponía un poco decepcionada. Resonancia, era el nombre que la capitana había dado a ese fenómeno. 

La espina malditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora