Capítulo 33: Oasis

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El tercer día en la fortaleza Elartor, a diferencia de los anteriores, donde los chicos participaron en labores variadas, fue durante el cual se les asignaron roles y horarios estables

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El tercer día en la fortaleza Elartor, a diferencia de los anteriores, donde los chicos participaron en labores variadas, fue durante el cual se les asignaron roles y horarios estables. Roders ordenó que se les hiciera una encuesta sobre aquellas cosas en las que cada uno era más virtuoso. De esta manera: Danika fue con los centinelas de las torres; Holam ayudaría a Piria en la cocina; y, Vartor estaría en la bodega y despensa, transportando los productos y ordenando. 

 En cuanto a Ainelen y Amatori, ellos jugarían un rol intermedio. Se necesitaba que apoyaran al personal dentro de las murallas, como también foguearse en combate y pulir el uso de sus diamantinas. Así que, la muchacha terminó por encargarse del aseo de los pasillos y de la mantención del jardín trasero. Amatori por su parte, cargaba materiales desde la entrada hasta el pabellón. 

 Iralu decía que el aseo era uno de los dolores de cabeza más grandes, ya que era considerado como un tema menor por la amplia mayoría. Los asuntos bélicos y los administrativos se robaban toda la atención, siendo el aseo y orden un sinónimo de castigo para quien le tocara ejercerlo. Entonces, era lo adecuado para un grupo de jóvenes que comenzaba desde el eslabón más bajo. 

 «Pero también me dijeron que de vez en cuando repararé uniformes. Coser es lo único que de verdad hago bien», pensó Ainelen, con un suspiro. 

 Barría con pereza al final del pasillo, en el tercer piso. Desde las pocas ventanas donde irrumpía la luz, se vislumbraban las montañas Arabak y el paisaje irregular del Valle Nocturno. Estaba nublado, con una leve llovizna que dejaba pequeñas gotas en los vidrios empañados. Hacía bastante frío. 

 «Solo cinco días y ya estaremos en aiwen. El invierno está cada vez más cerca». Mientras el verano estuviera lejos, todo bien. 

 Para la tarde, Ainelen fue citada por Zei Luklie, el otro curandero y que al igual que ella, poseía una diamantina. Se equipó con su armadura de cuero y casaca, la cual hasta ahora había mantenido guardada. Sucedió poco antes de la incursión enemiga, ellos se reunieron a solas en el patio delantero. 

 Cuando llegó hasta el establo, no se vio rastro del hombre. Esperó, hasta que un corto tiempo después, asomó una figura alta vestida en túnicas blancas. Su cabello oscuro se extendía hasta la altura de su pecho, atado sobre el final del mismo con una cinta. Las cejas de Luklie partían gruesas en la medianía de la frente, pero se iban diluyendo hacia los extremos. Era como si un pincel se hubiera cargado mucho y luego lo deslizaran rápidamente hacia el lado. 

 Luego del saludo y de unas preguntas de estudio, la práctica diaria inició. 

 —Tus colormorfos se ven desarrollados. Eso es bueno —dijo Luklie. 

 —¿Colormorfos? —«Ah, el instructor Ominsk les llamó de esa forma»—. Sí, verdad que así se llamaban. Yo les decía mariposas espinadas —bromeó Ainelen, sin embargo, el pelilargo mantuvo un rostro serio. Eso la avergonzó un poco, así que desvió la mirada. 

La espina malditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora