Capítulo 22: Belleza superficial

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Sucedió a la tarde del día siguiente

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Sucedió a la tarde del día siguiente. 

 El río Lanai asomó en el horizonte, como una línea brillante acompañada de un montón de árboles que lo delataban. Se extendía a través de toda la planicie, desde lo más lejano del este, perdiéndose en el remoto e inalcanzable oeste. Por ahí corría la leyenda de que era infinito, aunque lo cierto era que nadie había ido más allá de lo cartografiado en los mapas. 

 Lo que fuera que estuviese en el rincón más occidental de la provincia de Alcardia, era un completo misterio. 

 Los chicos primero necesitaron abrirse paso entre una arboleda, hasta lograr salir a un campo plagado de pequeños arbustos que vigilaban las tranquilas aguas turquesas. 

 Cuando se detuvieron frente al río, Ainelen sintió cosquillas en su mano derecha. Cuando la levantó frente a sus ojos, soltó un grito. 

 —¡No! —Una araña. Agitó su extremidad histéricamente hasta que la cosa salió volando.

 Amatori se puso una mano en la cintura y gruñó. 

 —Aquí también hay escorpiones. Y serpientes. Y quién sabe qué otros bichos chupasangre. Te harán buena compañía —finalizó con una sonrisa burlona. 

 —¡¿Eso es cierto?!, ¡Díganme que no! 

 —No —dijo Holam, parado de espaldas al resto, con la vista hacia el otro lado del Lanai—. Puede haber alguno que otro insecto. Creo que solo intenta torturarte. 

 —Desgraciado, ¿desde cuándo saboteas mis geniales bromas? 

 —¿Lo ves? Era una broma —Holam clavó sus ojos en Ainelen con inexpresividad en su rostro. A ella le quedó la sensación de que esa misma inexpresividad, debió haber sido reemplazada por satisfacción. 

 Bueno, ahora estaba más tranquila. 

 El grupo se acercó a las aguas. 

 —Hey, ¿me estás ignorando? Maldita sea, ¿quién te crees que eres para hacer eso? Holam, bastardo, ¡responde! 

 Más adelante recorrieron la ribera cuesta arriba, encontrando un lugar donde el terreno ofrecía una barrera natural. Había una sección de tierra que caía en picada desde el frente, mientras que, a sus espaldas, un puñado de árboles dibujaba un semi círculo perfecto. 

 —Sí, sí. Este lugar es súper fresquito. ¿Saben? Si pudiera, construiría una casa aquí ahora mismo. 

 —Podrías hacerlo, flacucho —Danika ofreció a Vartor una mirada desaliñada—. Tan solo deberías hacer una que te encerrara y no dejara que te coman las bestias. 

 —¿Aquí hay bestias? 

 —Por supuesto. Mira, allí hay una, y bien fea. 

 Cuando Vartor siguió con la mirada lo que la rizada estaba indicando, se encontró con Amatori, echándose agua a montones en la cara. Estaba arrodillado a unos metros del resto. 

La espina malditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora