Capítulo 70: Frialdad

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Esforzándose por mantener el aire en sus pulmones, Ainelen dio un pequeño tirón a la camisa de Ludier

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Esforzándose por mantener el aire en sus pulmones, Ainelen dio un pequeño tirón a la camisa de Ludier. 

 —¡Espera, por favor! 

 La mujer se detuvo abruptamente y se dio la vuelta. Puso unos ojos del demonio al clavarlos en la joven, entonces abrió la boca para que la oyera de una vez por todas. 

 —¡Tenemos que alcanzar la cámara prohibida!, ¡nuestros compañeros se las arreglarán de alguna forma! —Ludier parecía exasperada con las pataletas de Ainelen. En cualquier momento la abofetearía. 

 —Pero... 

 —Debemos confiar, niña. Estamos aquí con una finalidad, ¿no es así? Cada uno de nosotros está consciente de que morir es una posibilidad, pero lo aceptamos desde el momento en que nos unimos a esta expedición. Es el precio a pagar.

 Ainelen movió sus labios para contrargumentar, sin embargo, esta vez no halló nada que decir. Ludier tenía razón, no podía dejarse llevar por sentimentalismos. Probablemente los muchachos deseaban que ellas alcanzaran ese lugar lo antes posible. 

 —Muévete.

 La chica se resignó a dejar atrás al equipo. Corrían a través de un largo pasillo reforzado por vigas de metal, el cual estaba menos iluminado que la cámara de los golems.

 «No pienses en Maki. Olvídate de Lowie. Los muertos no volverán. Zarvoc está con ellos, él es mejor curandero que tú», pensó, en un estúpido intento por calmarse. 

 El camino se curvó a la izquierda dos veces, siguiendo una dirección en "c". Tras eso salieron a una extraña habitación, menos espaciosa que la de los golems. Ludier aflojó la velocidad, convirtiendo su andar en una sigilosa caminata. Sin saber con exactitud porqué, Ainelen la imitó.

 La cámara tenía una arquitectura alargada, sin embargo, en medio se erguía un enorme pilar de roca que a sus pies tenía un círculo, el cual rompía con el ordenamiento. Las paredes se abrían en torno a este, formando un espacio adicional. En el suelo sobresalían bultos cristalinos, diamante azul luminoso a través del cual líneas subían hacia el pilar y hacia el siguiente pasillo. Parecía un sistema extraño, muy elaborado y vanguardista.

 La sensación de estar ahí, de oír una pequeña vibración que parecía ser gracia de la energía que circulaba en los artefactos, hizo a Ainelen sentirse fuera de lugar.

 Ludier se veía embelesada deslizando sus dedos a través de los bultos azulados. Sus ojos brillaban, hasta dejó salir un suspiro.

 —Dicen que antes de que la bruja dejara caer la maldición, Alcardia se había desarrollado más allá de lo que actualmente conocemos.

 Ainelen caminó hasta ponerse a un lado de la arquera. Mientras la luz azul bañaba su cara, pensó en aquella mina que encontraron antes de llegar a Lafko, el fatídico lugar donde Danika había perecido. 

La espina malditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora