Capítulo 59: Aquello que se rompe y se vuelve a tejer

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Amatori no estaba

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Amatori no estaba. Ese era el punto central del asunto a la mañana siguiente. 

 Cuando Ainelen y Holam despertaron, fueron a buscarlo a la casa vieja donde había pasado la noche en solitario, pero dentro no hallaron más que una silla de madera puesta sospechosamente frente a la entrada, y ninguna otra cosa que fuera relevante. 

 Ambos jóvenes se miraron buscando una respuesta, aunque no encontrarían nada quedándose así. De esta forma, subieron por el camino erosionado, el cual dejaba entrever que unas botas se habían hundido en la tierra mojada por la lluvia reciente. 

 Las siguieron. 

 El rastro de Amatori los condujo hasta la extensa pampa ocre, salpicada por arbustos de extraña coloración rojiza. Las hojas eran como vidrio, con secciones de figuras geométricas que reflejaban la luz del cielo.

 Por ahora el agua no caía, sin embargo, el viento helado soplaba traicionero. Ainelen se abrazó a sí misma mientras sentía que su rostro se congelaba.

 Durante el camino se tambaleó, adolorida por la marca de la bruja. También sentía leves mareos. Era demasiado complejo moverse para ella, tanto, que fue dejada atrás por Holam a poco de partir. Este último redujo la velocidad para que ambos fueran al mismo tiempo. 

 Ainelen dio lo mejor de sí. No dejaría que la cargaran, así que ignoraría la inflamación que paralizaba su cuerpo y daría tranco y más tranco. 

Las huellas desaparecieron al llegar a una sucesión de colinas que se superponían a lo largo del paisaje interminable. Si lo comparabas con la geografía accidentada de Alcardia y sus alrededores, esto se sentía como estar en un hoyo. No había montañas sobresaliendo en el horizonte, tampoco bosque ni valles, solo tierra infértil. Era todo tan melancólico y solitario.

 «Supremo Uolaris, ¿moriremos en un lugar así? Parece que este rincón del mundo estuviera maldito. Me costaría creer que estemos dentro de la provincia. La grieta se veía, pero, eso podría ocurrir desde cualquier lugar del mundo, ¿no? Espera, ¿y si estamos fuera de la barrera?». Ese último pensamiento hizo que la sangre hirviera dentro de su cabeza. 

 ¿Cuán probable era que la nube los hubiera arrojado fuera del rango de la maldición que envolvía a Alcardia? 

 Quiso discutirlo con Holam, sin embargo, dado el momento y la sensación desesperante de no saber qué había sido de Amatori, decidió mantener el silencio.

******

Se escuchó un grito a los cuatro vientos. La voz fue potente, chillona, capaz de reventar los tímpanos a cualquier miserable que se atreviera a posarse cerca. 

 Pero aquel ambiente lo volvió muerto. 

 No hubo un eco ni nada parecido. La voz de Amatori se perdió entre el sonido del viento friolento. 

 Apretó los puños sin soltar ningún garabato. 

 Yacía de pie sobre la punta de una gran roca con forma de trampolín, de cara hacia el oeste. Aun con el cielo repleto de nubes viajando rápidamente a poca altura, sabía orientarse con astucia.

La espina malditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora