La línea azul se fue llenando poco a poco de energía. Por ahí, luego por allá. Las raíces que se entrelazaban unas con otras, conectando los meridianos, fueron estallando al ser alcanzadas. Era un ejercicio difícil, pero Ainelen estaba mejorando. Prueba de ello, fue que logró guiar la energía hasta su mano herida. La energía cayó pesada, demasiado concentrada. En un parpadeo sanó.
«Lo conseguí. Aunque desperdicié bastante magia», pensó Ainelen. Se vio a sí misma de pie ante las puertas de un reino celestial. Se habían abierto. Ella ingresó a ese espacio lleno de luz, siendo aceptada por aquel ser que dominaba.
Había transcurrido una semana desde la salida a la excursión y, luego del día de hoy, los siguientes días se mantuvo practicando. Puso el mayor empeño en ello.
Practicó, practicó y practicó.
Tenía que volverse habilidosa con la curación.
Fue así como tras poco más de dos semanas, se le entregó la responsabilidad de ser la curandera oficial de uno de los batallones que combatían las hordas de no-muertos fuera de la muralla.
Y eso no fue todo: una de las cosas que descubrió, fue que, si bien la magia curativa no podía eliminar la mancha de su hombro, sí que podía tranquilizar el dolor. Llegó a la conclusión de que podía ejercer tres hechizos en forma continua, luego de eso, debía tomarse un descanso prolongado.
El día antes de asumir la responsabilidad, se hallaba embelesada con el estatus que había adquirido. Aunque, el ambiente en la fortaleza se vino abajo cuando se comunicó el fallecimiento de Ifarween, un soldado que era espadachín.
Ainelen junto a los chicos del grupo fueron invitados al cortejo fúnebre, el cual se realizó en la capilla, ubicada detrás del pabellón con forma de c. Allí se realizaba el proceso de cremación.
Tras la ceremonia, el grupo se separó. Vartor fue el primero en regresar a sus labores, mientras que Danika y Amatori caminaron juntos hacia la muralla. Ambos estaban asignados a la defensa de la puerta occidental, así que no era raro verlos hablando. En cuanto a Ainelen, se quedó un rato más para ir a hablar con Luklie.
El hombre pelilargo yacía ofreciendo una oración al difunto, cuando se percató de que estaba siendo observado por la única persona en la capilla, a parte de él mismo.
—A veces es imposible proteger a nuestros camaradas —dijo Luklie, con voz de sufrimiento—. La magia no es omnipotente. El día que ustedes llegaron yo estaba en la puerta oriental; en ese entonces perdimos a dos.
Ainelen asintió en silencio.
—Oí que te asignaron a la puerta occidental. Me enorgulleces, chica.
—Todo es gracias a usted, maestro. Le estoy muy agradecida.
—Es mérito tuyo. Uno solo cumple con guiar. Al final, si no somos nosotros mismos los que nos ayudamos, no se logra nada.
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La espina maldita
FantasiA veces la cura puede ser peor que la enfermedad. Cuando Ainelen decide unirse a La Legión, jamás pensó que eso terminaría metiéndola en un lío mayor que estar obligada a casarse de joven. Su vida, despojada de libertad y de la posibilidad de elegir...