Capítulo 9: Excursión

11 1 2
                                    

La fría mañana de Alcardia era terrible

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

La fría mañana de Alcardia era terrible. No solo a veces, sino que hasta era lo más normal cuando el interminable otoño reinaba. 

 Urumuwen era el segundo mes de la temporada, restando aiwen y padelor para que el invierno azotara con lluvias interminables toda la zona. 

 Pero ya había acabado el verano, lo que hacía feliz a Ainelen, quien, a pesar de ir en ese momento con las manos y pies sin sentirlos a causa del frío, prefería el clima con bajas temperaturas. 

 Las hojas secas acumuladas en el suelo, crujieron cuando ella y el resto de los soldados pasaron bajo la copa de los árboles moribundos. 

 Ainelen exhaló, su aliento convirtiéndose rápidamente en vapor. Iba vestida con una casaca gruesa que se amarraba con una faja a la cintura, junto a pantalones un tanto ajustados, que hacían juego con sus botines negros de cuero. 

 Qué lujo se estaba dando. Los pueblerinos promedios con suerte llevaban zapatos con planta de madera, los cuales solían recubrirse con piel de vacuno o cordero. Pero como si eso no bastara, en ese momento, Ainelen disponía de su pecho, abdomen y espalda blindados por una novedosa armadura de cuero endurecido. Esta era alargada y dejaba caer sobre sus piernas tiras sueltas, como si de una falda muy corta se tratara. Para finalizar, sobre todo lo anterior, una túnica corta con capucha impedía que el frío le impactara en la cara y el cuello. 

 No podía quejarse de su posición actual. Y vaya, qué bien se veía. Ojalá mamá, la abuela y el abuelo la estuviesen viendo. 

 «Quiero verlos», pensó. 

 El grupo de catorce jóvenes soldados más los cuatro instructores que lideraban la expedición, avanzaba bajo el cielo semi nublado de Alcardia, el cual se llenaba de coloridos tintes del sol naciente y de aquella grieta que rompía de este a oeste. A Ainelen se le apretó el corazón cuando levantó la cabeza para observar. 

Aferraba en una mano su bastón-hoz, la maravillosa diamantina azul que en ese momento reflejaba la luz de los alrededores. Sumado a eso, en su espalda cargaba con una mochila donde transportaba comida, agua y ropa de emergencia. Si bien ella no lo había hecho, a otros reclutas les ordenaron llevar telas extensas y resistentes para levantar tiendas, en caso de que los encontrara la noche en una situación donde no pudieran regresar. 

 Ainelen disponía de pedernal. También sabía despellejar animales, aunque si se trataba de cocinarlos... mejor ni hablar. Lo importante era que tenía algunos conocimientos sobre excursiones. 

 Atrás fue quedando la muralla que rodeaba el pueblo, y, a sus afueras, las granjas donde se criaban vacas y cerdos. El grupo se dirigía hacia el sur, guiándose por el río Lanai. Cerca de allí se ubicaba la Mina Suroccidental, y todavía más al sur, el Bosque Muerto. 

 Ainelen no tenía un mapa, como sí lo hacían los más experimentados en ese momento. Solo había oído más o menos acerca de locaciones cercanas a Alcardia. Se decía que los territorios más allá de los tres pueblos de la provincia, estaban prohibidos para la gente. Se mantenían inexplorados, ya sea por que existieran seres potencialmente hostiles, o por el solo miedo que esa idea producía. Luego estaba la maldición de la bruja, la madre de los males. 

La espina malditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora