Capítulo 17: Estacionados

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A diferencia de Alcardia, el cual era un pueblo asentado sobre una llanura, Stroos lo hacía en plena cuesta

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A diferencia de Alcardia, el cual era un pueblo asentado sobre una llanura, Stroos lo hacía en plena cuesta. Las casas estaban adosadas unas con otras, como si de sucesiones de escaleras se tratase. 

 Desde el otro lado de la depresión, habiendo bajado a través del camino y casi llegando a la zona más baja, los chicos pudieron observar parte del interior de la urbe antes de que la muralla cerrara el ángulo de visión. Por cierto, esta última no estaba dispuesta en círculo, sino que se adaptaba a la geografía del lugar, siendo una especie de cuadrado ondulante. De lejos, sus proporciones similares a la de Alcardia, indicaban que debía ser de unos cuatro a cinco metros de altura. 

 Por alguna causa sin explicación, Vartor torcía la cabeza hacia un lado y otro, escudriñando intimidado, como si la mismísima bruja se le hubiera aparecido. 

 —¿Qué es lo que te pasa? —preguntó Danika mientras caminaba en postura extrañamente perezosa. Ainelen se estaba acostumbrando a ello, era como si la rizada se moviera contra su voluntad. En cuanto a lo que había dicho, era todo menos preocupación genuina. 

 Vartor dio un grito. 

 —¿Estás bien? —Ainelen tartamudeó. Como respuesta, el muchacho palote le ofreció un pulgar arriba, con una obvia sonrisa forzada en su rostro. 

 A medida que la distancia con el muro que rodeaba Stroos se iba aminorando, parecía como si el cansancio, el sueño, el hambre y el dolor estuvieran a punto de estallar. Ainelen no comprendía cómo se las habían arreglado durante tanto tiempo. 

 Podría haber sido una estupidez, pero ellos estaban depositando su confianza total en que les permitirían la entrada. Es que, si no era así, ¿entonces? No había más opciones, si los rechazaban estarían en graves problemas. Aunque hace mucho que ya lo estaban, ciertamente. 

 Había un camino hecho con la tierra erosionada, el cual los condujo hasta la única puerta visible. Los chicos se detuvieron cuando un grupo de la Guardia los interceptó para la revisión protocolar. 

 Holam se puso al frente del equipo y charló con el vocero de los soldados. Su voz no acostumbraba a tener mucho volumen, así que era una conversación difícil de oír. 

 Eran un grupo de jóvenes de La Legión, llegando de la nada a otro pueblo. Si Ainelen fuera un guardia, ¿cómo vería eso? No, no tenía ganas de pensarlo. Estaba muy cansada para reflexiones de ese tipo en ese momento. Aunque, no pudo evitar creer que un grupo de exploradores compuesto únicamente por jóvenes sería sospechoso. 

 Rayos. ¿Y si el hombre no les permitía el ingreso? 

 El resto de guardias los inspeccionaron con ojos suspicaces, pero no se acercaron un solo paso. Entonces, Holam sacó su placa de identificación y le dedicó una mirada a cada uno de los otros chicos, como diciendo "hey, ustedes también". Fue comprendido al instante. 

La espina malditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora