Prólogo.

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—No es verdad —repliqué conteniendo una sonrisa mientras mis dedos repiqueteaban contra el salpicadero del coche.

—Sí que lo es. En realidad, aquella no fue la primera vez que nos vimos. Tengo testigos.

Ví los ojos de Ashton moverse levemente para mirarme por el rabillo sin apartar completamente la vista de la oscura carretera. Tenía grabada aquella sonrisa que decía: «deja de discutir, llevo razón y lo sabes.»

En otras circunstancias me habría sacado de quicio, pero en ese momento, dónde nada nos importaba más que disfrutar de la noche, era algo precioso.

—¿Y cómo sé que esos testigos no estarán comprados, eh?

Movió el volante concentrado para tomar bien una curva cerrada.

—¿Desde cuándo soy yo el que juega sucio? —Me pinchó, esta vez acompañando la frase con una leve carcajada, inundando el pequeño espacio con un encantador sonido.

No había minuto del día que no me cruzara por la mente la pregunta sobre qué hacía él conmigo. Debería haberse dado cuenta ya de que yo, una aburrida adolescente de quince años, no era precisamente lo que él necesitaba a sus diecisiete recién cumplidos, cuando todavía podía pasárselo bien conociendo a una interesante chica cada día. Invitarla a comer, quizá a cenar, tomar algo... Cualquier cosa.

Podría haber tenido tiempo de sobra para cansarse de mí, llamarme inmadura, estrecha o incluso infantil. Solo eran dos años, pero todos sabíamos cómo era en esta etapa de la vida.

Ashton seguía aquí, sin saber exactamente cuál era la razón, discutiendo si el día en que lo conocí iba más borracha que una cuba.

—¿Sabes qué? Mejor dejemos el tema, está claro que ya lo retomaremos en otro momento.

—Ten por seguro que sí —aseguró—, no pienso dejar esta guerra hasta que aclaremos las cosas. Cuando veamos a Dianne de nuevo, le preguntaremos.

Fruncí los labios en un intencionado gesto de desagrado.

—¿Por qué a Dianne?

—Porque es la que lo sabe todo sobre esa noche.

—Claro, cómo no, se me había olvidado que quiere saber hasta el color de tus calzoncillos —ironicé cruzándome de brazos y dejando que mi cuerpo se acomodase al respaldo del asiento.

—¿Celosa? —Vi como una de sus cejas se alzaba. Capullo, sabía perfectamente que no me gustaba bromear con este tema.

La chica había merodeado alrededor de él demasiado tiempo como para no estarlo; por no decir que era, físicamente, todo lo que una chica querría ser.

—Lo sabes perfectamente.

Al notar lo borde que había sonado sin querer, giró su cabeza y automáticamente noté su oscura mirada clavada en mí.

No aparté los ojos de la carretera, la cual estaba iluminada exclusivamente por los faros del viejo coche del padre de Ash. No había que explicar que lo habíamos cogido sin su permiso y que Ash no tenía edad para conducir legalmente, motivo por el cual conducíamos por carreteras secundarias a las dos de la madrugada.

—Eh, Aeryn, mírame.

No le hice caso, y al segundo noté como sus dedos se envolvían en mi barbilla para ponerme cara a cara.

Estaba serio, y aunque desviaba la vista de vez en cuando para dirigir el coche, sabía que toda su atención la tenía yo.

—Te he dicho millones de veces que nunca me había fijado en ella, nunca lo hago —cepilló un mechón de pelo que se me había salido de la coleta—, y nunca lo haré. No quiero mirar a nadie más mientras tú estés aquí —sonrió tristemente para pasar a darme una leve caricia en la mejilla—. Deberías saberlo ya.

Suspiré derrotada por sus palabras, siempre conseguía que pasase de un estado a otro en menos de lo que me gustaría.

—Lo sé —contesté devolviéndole la leve sonrisa—. Es solo que ya me conoces, me siento muy insegura con ella cerca.

—No lo estés, no tienes motivos —me cogió la mano y volvió a poner toda su atención en no salirse del carril.

A su padre no le haría gracia que estrellásemos su bonito coche contra un árbol.

—¿Seguro que vamos bien? —cuestioné cuando llevábamos más de media hora sin ver ninguna señal de viviendas.

—¿No te fías de mi?

—En cuanto a orientación se refiere, no mucho la verdad.

Me miró mal chasqueando la lengua.

—Al menos yo no me pierdo en los centros comerciales.

—¡Oye! Dijiste que no te ibas a reír cuando te lo conté.

—Mentí.

Rodé los ojos divertida inclinándome hacia la guantera donde guardaba el cable del cargador del móvil. Si iba a conectar el GPS, necesitaba urgentemente recargar la batería.

Tiré del pequeño enganche para abrirla pero no cedió por mucha fuerza que emplease.

—Creo que la manija se ha atrancado. —Seguí tirando por si había suerte.

—¡Para! A ver si lo rompes. —Se inclinó por encima de mí para alargar la mano e intentar él. Lo consiguió al segundo tiro—. Floja. —Me susurró cuando pasó al lado de mi cara incorporándose de nuevo. Negué con la cabeza.

Justo en ese instante, los vi.

Aquellos pequeños círculos amarillos reflectantes en medio de la carretera.

Un par de ojos.

Lo que no sabía era que, después de los gritos, lo último que vería de Ashton serían los suyos llenos de pánico.

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