Al día siguiente, Chase no apareció por el instituto. Me encontré preguntándome por qué narices me había fijado cuando ni siquiera había sido capaz de prestar atención en ninguna clase por culpa de trasnochar.
Comprobar que no estaba en su sitio habitual del patio hizo que mis labios picaran al recordar cómo era besarle.
Bueno, vale ya ¿no?
Al llegar a casa, lo primero que hice fue lanzarme al sofá. Desde luego no tenía pensado que al cerrar los párpados un minuto; este fuera a convertirse en dos horas.
Unos fuertes golpes en la puerta me despertaron. En cuanto abrí los ojos, mi barriga provocó un horrible sonido.
—¡AERYN!
Los últimos retazos de sueño acabaron por disiparse al escuchar aquella voz.
No podía ser. Debía estar imaginándomelo todo. Seguro que seguía soñando.
—¡AERYN STRIKE, ABRE LA PUERTA AHORA MISMO O HARÉ QUE DOLFY SE MEE EN TU CAMA! ¡SÉ QUE ESTÁS AHÍ DENTRO!
Salté literalmente del sofá al darme cuenta de que era totalmente real.
Derrapé en la última esquina para abrirle la puerta porque era capaz de colar a Dolfy por la ventana y obligarle a que hiciera sus necesidades en MI cama.
Mi tía Chelsea se encontraba con el ceño fruncido en el portal de mi casa.
—¡Por fin! Empezaba a pensar que me había equivocado de casa. Quiero decir, ¿habéis cambiado algo? El color es diferente. O a lo mejor es la luz. De todas maneras, ¡Aeryn, cariño! ¿Cómo estás? Mejor no me contestes, te ves como la mierda. Dolfy estaba deseando verte.
Miré al chucho tumbado en el suelo, sacando la lengua, con ganas de morir ahí mismo.
Si yo tuviera que aguantarla todos los santos días acabaría auto–adoptándome a otra familia. Tía Chelsea estaba loca. Y no era ninguna hipérbole.
—¿Qué estás haciendo aquí? —sonreí entre dientes intentando sonar amable y pasando por alto que me estaba tocando el pelo como si tuviera cuatro años.
—¿No te lo dijo tu madre? Me pidió que viniera a echar un vistazo a la casa, a ver si seguía en pie y si tú seguías respirando —pasó a mi lado arrastrando a Dolfy por el suelo—. Y de paso regar las plantas.
Cerré la puerta. Por estas cosas había que quedarse en casa, los miércoles, con buena cobertura.
—Chelsea, no tenemos plantas.
Dejó su fina chaqueta encima del sofá.
—¿No? Vaya, es una pena, unos claveles quedarían que ni pintados en esa esquina.
Me quedé en la entrada, tambaleándome sobre los talones mientras mi tía iba de un lado para otro.
Mis tripas rugieron en lo más profundo de mi barriga.
—¿Qué ha sido eso? —se giró hacia su perro—. ¿Dolfy? Te tengo dicho que hay que ser educado en casas ajenas.
—Creo que me prepararé algo de comer —avisé ya que no merecía la pena discutir.
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PHILOPHOBIA
General FictionLos polos opuestos se atraen pero, ¿y si ahora también lo hiciesen los iguales?