Llamé a la puerta de Spencer pegando puñetazos en vez de suaves y delicados toques.
—¡¡MILES, COMO SEAS TÚ OTRA VEZ...!! —Abrió la puerta con la cara crispada y sujetándose con un brazo la parte superior de la camiseta de palabra de honor que se había puesto de manera informal, negra, como siempre—. Ah, buenas, Aeryn.
Se inclinó a un lado para mirar más allá de mi, abajo de los cuatro escalones que tenía su portal, dónde se encontraban los chicos hablando en voz baja.
La palabra "chicos" en plural, sonó tan rara para ella como para mí, que frunció el ceño aún sin apartar la mirada de ellos.
—¿Se supone que Miles tiene amigos en el instituto?
—No. Finalmente ha admitido su homosexualidad, saliendo del armario cuando tenemos que ir de fiesta en vez de cuando tenemos examen de Literatura Inglesa. –Rodé los ojos exasperada notando como un pequeño puñetazo de Spence me daba en el hombro mientras reía.
—¿Tú sabías que se llevaba bien con Chase? —pregunté apoyándome en el marco de la puerta viendo como mi amiga intentaba subirse la cremallera lateral de la camiseta.
—Algo me había comentado, sí —respondió sin mirarme, demasiado ocupada luchando con la cremallera.
—Lo vas a romper.
—Ayúdame —espetó rindiéndose, dejándome el trabajo duro a mi. Spencer no era conocida por su paciencia.
Cogí con suavidad el extremo de la cremallera y conseguí subirla con suavidad, apretando de ambos lados cuando se quedaba atascada a medio camino.
—¿Ves? No hacía falta masacrar la pobre camiseta.
—Hubiese podido si no tuviera a tres personas en mi portal metiéndome prisa —cogió las llaves y el teléfono del aparador que se encontraba en su recibidor. Nunca me había dejado entrar a su casa en nuestros dos años de "amistad", así que sólo conocía lo que había visto desde la entrada—. ¡¡Mamá, me voy!!
—Nadie te está metiendo prisa.
Cerró la puerta ante la mirada de todos y sin esperar la respuesta a su grito, por supuesto que había llamado la atención de los dos chicos.
—¿Qué te llevó tanto? Solo vamos al mismo sitio de siempre —se quejó Miles, pero sus ojos claramente parecían no poder apartarse del modelito de Spence. ¿Era yo la única que notaba que parecía desnudarla con la mirada? Si no fueran mis amigos estaría vomitando ante la situación.
—¿Decías? —Spencer alzó las cejas en respuesta a mi comentario anterior.
Rodé los ojos comenzando a andar yo sola. Ya habíamos perdido demasiado el tiempo.
—Hola, Spencer —saludó Chase, con su encantadora sonrisa. Nótese que hay sarcasmo en esa oración.
La consideraba seductora, no encantadora como la mitad de las chicas del instituto la describían.
Spencer pareció gruñir algo, sin mucho entusiasmo.
—Vaya, Miles, si me llegas a decir que no les iba a agradar, os habría esperado allí.
—Dales tiempo, son pequeñas gatas en celo al principio.
—Cállate, Miles —espetamos a la vez.
Estaba 100% segura que Miles había alargado los brazos para demostrar que su comentario tenía argumentos, pero no me giré para averiguarlo. Cuanto menos me cruzara con la mirada de Chase, mejor. Había algo en ella que no me gustaba.
Cada vez que me miraba, parecía estar analizando, guardando y procesando cada movimiento que hacía, como si fuera una maldita cobaya de laboratorio en fase de pruebas y fuera a mutar a un monstruo verde con fuerza extrema en cualquier momento.
Bueno, yo no quería ser analizada.
Llegamos al local donde casi todos los viernes y sábados pasábamos el rato. Todos los chicos de entre quince y diecinueve años se concentraban como ovejas los dos días, y si el bar no llegaba a ser tan amplio como era, habríamos tenido problemas de espacio todos estos años.
Estaba escondido entre dos tiendecitas rústicas, una de segunda mano y otra de lavavajillas estropeados. Tenía las paredes insonorizadas y por fuera la pared gris y desconchada, por lo que si no sabías que dentro había un pub, era imposible identificarlo por personas ajenas.
Como iba la primera, abrí la puerta y el sonido pareció formar una onda expansiva hacia fuera, retumbando por todos lados.
Sonreí ligeramente al sentirme como en casa. El espacio pertenecía a un buen amigo de mi padre, y lo había decorado todo a la perfección. La habitación se extendía hasta el fondo con bastante gente a pesar de que aún era temprano. Había sofás por todo lo largo para que hubiesen de sobra, y sillones en frente de estos con una mesa baja en medio.
También había mesas altas con taburetes para los que solo iban a pasar un rato.
En el centro de la estancia, una gran isla con filas de botellas y dos pares de camareros iban de una punta a otra sirviendo a los adolescentes.
Avancé con las manos juntas hasta unos de los cómodos sofás y me hundí en él levantando un poco mis pies por la caída.
Observé como los demás recorrían mi camino pero mucho más lentos. Spencer iba a tomar el asiendo al lado mío cuando se detuvo a echarle algo en cara a Miles, dando paso a que Chase sentara su grandioso trasero en el hueco a mi lado. Me miró de reojo y acabó guiñándome un ojo sonriente.
Rodé los míos sin decir una palabra.
—¿Quién va a pedir?
—La última vez pringué yo.
—Miles, siempre pringas tú. —Me sacó el dedo del medio cual niño de ocho años. Eché la cabeza atrás resignada, me acababa de sentar, joder—. Ya voy yo, no os levantéis todos a la vez no vaya a ser que muráis por aplastamiento.
—Te acompaño —anunció Chase, ya preparado para levantarse con las manos en los muslos.
—No te molestes —dije, aunque ya estaba caminando hacia la barra.
Me apoyé en la sucia y pegajosa superficie dándome igual si me manchaba o no y le silbé al camarero que estaba cerca mío intentando abrir una botella de vino.
Alzó la vista y sonrió con toda su hilera de dientes, contagiándome a mi también. Dejó la botella y el abridor para unirse a mi.
—Pequeña Strike, qué raro verte por aquí. —Me revolvió el pelo juguetonamente. Le dejé hacer, aquel hogareño y risueño señor había sido más cercano a mi en los últimos años que mi padre—. ¿Qué vas a tomar?
—Tres chupitos y un quinto.
—¿Tan responsable como siempre?
—Claro —reí ante su mueca.
—Como se entere tu padre...
—No lo ha hecho, no lo hará.
—Pero porque eres tú, eh.
Se dio la vuelta para hacer mi petición y aproveché para apoyar el mentón en mi mano y echar un vistazo alrededor por alguna cara conocida.
Me sonaban varias del instituto y otras simplemente de cuando venía los fines de semana, pero ningún nombre venía a mi cabeza.
De repente, un par de brazos se alzaron por mi espalda rodeando mis hombros y una cara apareció pegada a la mía, oliendo a alcohol y susurrando en mi oído.
—Sabía que volverías por diversión.
ESTÁS LEYENDO
PHILOPHOBIA
General FictionLos polos opuestos se atraen pero, ¿y si ahora también lo hiciesen los iguales?