—¿Qué es ese rumor de que te han visto con Chase Hoock en el descanso? —preguntó Spencer encima del muro de la salida de las clases mientras se encendía un cigarrillo.
—No es rumor —contesté con la punta de mi pie jugando con la grava del aparcamiento.
—¿Vas a acostarte con él? —expulsó el humo lentamente mirando al horizonte en busca de Miles. Si Spencer no fuera clara y directa, no sería Spencer.
Tenía esa expresión de misterio, esa en la que no sabía si me estaba escuchando realmente o fingiendo que lo hacía, pero me valía para seguir hablando.
No era como si fuese a exponer mis sentimientos o algo parecido.
—No lo sé. No tiene gracia si no hay un poco de esfuerzo en el camino.
—¿Cómo sabes que no opondrá alguna resistencia?
—Por favor —la miré como si fuese tonta—, es Chase de quién estamos hablando.
—Pero —finalmente dirigió su vista a mí— ¿y si se te ha acercado porque sabía que lo ibas a rechazar? Y si tú, amiga mía —me señaló con el cigarro, atrapando entre sus dientes la uña del dedo pulgarde forma interesante—, ¿eres el único reto final de Chase?
Hubo un minuto de silencio entre ambas hasta que finalmente estallamos en carcajadas.
—¡No puedo! ¡Me ahogo! —dije agarrándome la barriga.
—¡Soy la nueva Oprah, damas y caballeros! —se balanceó en el muro y se cruzó de piernas, aún carcajeandose de su propio chiste.
—¡Chase con un reto! —me pasé la palma bajo el ojo para secar una lágrima—. Ni yo soy tan importante, ni supondría ningún reto. Si sabe mi nombre, probablemente haya oído las hermosas palabras que lo decoran, todas, estoy segura, de boca de la encantadora Dianne.
—Esa sí que es imbécil. —En seguida se puso seria, como siempre hacía cuando se le mencionaba—. Al menos tú te lo pasas bien, no como esa amargada que tiene que estar más cerrada que una lata en conserva.
—Yo escuché que la perdió con Ryan.
—Tonterías —le dio otra calada al cigarrillo. Me ofreció el final pero lo rechacé. No sabía como hacerle entender que hierba, la que quisiera, pero tabaco no. Me repugnaba el simple olor, llamadme rara.
—Por ahí viene Miles —anuncié poniéndome la mano como visera.
El rubio traía una gran sonrisa, fruto de que se había quedado cerca del aprobado en un examen.
Vino corriendo y me placó suavemente por la barriga gritando. Solté una carcajada cuando me hizo cosquillas. Me dejó encima del muro junto a Spence.
—¿Y esa alegría? —curioseó mi amiga desconfiada.
—¡He sacado un cuatro en Historia! ¡Un puto cuatro sin copiarme! ¿Tú sabes lo que es eso?
Puse los ojos en blanco.
—¿Sabes que aprobarías si estudiaras un poco más? —aconsejé.
—Como si tú las sacases todas para alante —bufó.
—Al menos son la mitad —le guiñé un ojo aunque no quería quitarle la alegría.
Sinceramente, sí que era para montar una fiesta. Rara vez Miles sacaba mas de un dos. No se molestaba ni en hacer chuletas para los exámenes, decía que le dolía la mano de tanto copiar.
Era la perfecta definición de vago de mierda.
—¿Vamos esta tarde al club?
—¿Cuando no hemos ido un viernes al club, Spence? —reí.
—A lo mejor os habían comido el cerebro y no queríais. No es raro que lo piense, Miles ha sacado un cuatro, su cerebro no riega tanto.
—¡Oye!
—¡Caallateeee! —le revolví el pelo a Miles y me subí a su espalda en plan caballito. Hoy le tocaba llevarme así, como celebración por su nota.
Spencer caminaba a nuestro lado, dando algunos saltos cuando la canción que tarareaba llegaba al punto más alto.
Era extraño nuestro trío. Spencer, de cabello largo y rubio, toda vestida de negro o colores oscuros, siempre con algo en la mano o en la boca que la hacía olvidarse de todo.
Miles, el chico gracioso y guaperas que te encontrarías en cualquier fiesta a la que fueras pero que, sin embargo, odiaba a todos los tíos que se pareciesen a él. La diferencia era que Miles era guay y no un chulo engreído como los del equipo de fútbol.
Y luego estaba yo, la fría y desfasada Aeryn, la que nunca salía con nadie pero estaba con más chicos en un fin de semana que en todo un año de cualquiera.
La que a todos llamaban "niña de piedra" por no mostrar ni una pizca de emoción por nadie excepto por estos dos idiotas aquí a mi lado.
Todo los chicos que se topaban conmigo sabían como era, yo les advertía para que no tuviesen sorpresas. Y a pesar de ello, todavía volvían a mi puerta en busca de algo más, intentando cambiar como era ahora.
Si dejaba corazones rotos a mi paso, no era problema mío. Si sabían dónde se metían, ¿por qué luego se decepcionaban?
¿No me tomaban en serio por ser chica? ¿Hola? ¡Estábamos en el siglo veintiuno!
Llegamos a la puerta de mi casa que era la primera del recorrido ya que ellos dos vivían un par de calles más al norte.
Me bajé de un salto de la espalda de Miles, no sin antes darle una pequeña colleja amistosa. Me despedí de Spencer con la mano ya que la vería en unas cuantas horas.
Saqué las llaves del bolsillo aún escuchando las voces de mis amigos alejarse, habían empezado a discutir (para nada novedoso).
La puerta cedió suavemente y entré, rezando con todas mis fuerzas como cualquier adolescente para no toparme con mi madre o padre de camino a la habitación.
Me trataban como si estuviera echa de cristal. Se suponía que con tu familia era con las personas con las que más cómodas te sentías y con las que realmente podías expresarte, pero ellos actuaban con miedo a decir alguna tontería en mi presencia.
Me molestaba mucho.
Pasé el campo de minas que era el pasillo en cuanto a ruidos y llegué a mi cuarto sin ninguna intervención. Cerré de un portazo para que supieran que estaba en casa.
Una vez que cruzada la puerta de mi burbuja no se atrevían a pasarla, era mi único refugio, y a mi me bastaba.
Tenía todo lo necesario.
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PHILOPHOBIA
General FictionLos polos opuestos se atraen pero, ¿y si ahora también lo hiciesen los iguales?