Caminé por las calles del barrio mirando mis zapatos atentamente, pendiente de cada paso.
No entendía por qué la gente de hoy en día se ponía los cascos con la música a todo volumen en trayectos, tanto largos como cortos, mientras iban paseando.
Yo prefería escuchar cada sonido a mi alrededor para que nada me tomara por sorpresa.
Era una urbanización bastante silenciosa; los vecindarios de las fiestas estaban a unas manzanas más lejos, pero si prestabas atención, podías oír los programas de televisión que se filtraban por las ventanas de las casas, perros ladrando e incluso gritos conyugales de discusión que retumbaban en las paredes.
Me adentré en mi oscuro callejón cuando un carraspeo me detuvo.
Paralicé mi marcha asomándome por encima del bajo seto para mirar hacia la puerta blanca principal –por la que nunca entraba, por cierto–.
Fred estaba levantándose en ese momento de las cortas escaleras que daban la bienvenida a entrar.
—¿Fred?
Adoptó una pose despreocupada, metiendo ambas manos en los bolsillos traseros de sus vaqueros, pareciendo casual.
No estaba funcionando. Estaba claro que algo le pasaba si estaba en la puerta de mi casa.
—Hey, Aeryn —saludó balanceándose sobre sus pies.
No sabría decir si estaba nervioso.
Aupé mi mochila tirando de la correa, ya que tenía la mala costumbre de llevarla en solo un hombro.
Dudé antes de preguntar:—¿Qué estás haciendo aquí?
Bien, eso no sonó para nada borde.
—Bueno... Estaba en casa de Miles cuando Spence ha llamado a la puerta, en su postura de persona exigente —se rascó la nuca mirándome— venía a gritarle a Miles por algo. No quiero saber qué clase de relación tienen.
Puso una mueca de asco.
—Los dejé solos, y pensé que era hora de hablar contigo.
—No hay nada de qué hablar. —Me encogí me hombros, frunciendo los labios.
—Yo creo que sí. —Sus ojos se volvieron severos—. ¿Qué pasó el viernes pasado?
—Te emborrachaste. Me besaste. Te besé. Me aparté. Y desapareciste. —Resumí mirando al cielo—. O desaparecí. Realmente no me acuerdo.
—No me refiero a eso —se acercó—. ¿Por qué te apartaste así? ¿Hice algo mal? ¿Era porque estaba borracho?
En ese momento me di cuenta de que el aspecto exterior de Fred era un disfraz, una máscara para ocultar sus verdaderas emociones, las cuales eran bastante frágiles: deduje por la desesperación en su voz de obtener respuestas.
Me pegué un puñetazo mentalmente por no haberlo notado antes, y así evitar tener que lidiar con esto. Buscaba chicos que no se interesaran en relaciones porque no quería herir los sentimientos de nadie.
Ese no era mi punto a llegar. Y mi radar casi nunca fallaba.
—Mira, Fred. —Junté mis palmas buscando las palabras adecuadas.
Me cortó incluso antes de que tomara aliento de nuevo.
—No. Mira, Fred, no. No quiero escuchar el mismo rollo, ¡estoy harto de escuchar siempre lo mismo! —alzó los brazos exasperado, y cuando volvió a hablar bajó la voz al darse cuenta de que había empezado a gritar—. ¿Ni siquiera vas a darme otra oportunidad? —me suplicó con la mirada—. Puedo comportarme de la manera que más te guste.
Observé aquellos ojos marrones, preguntándome cuál sería su historia en esta ecuación. Todo el mundo tenía una historia que le hacía ser como era.
Tal vez había gente que opinara que las personas no pueden cambiar debido a que no pueden dar marcha atrás a su vida y vivirla de otra manera para así tener otra clase de pensamientos según sus vivencias.
—No quiero que cambies por mí, Fred. Nadie debería cambiar por nadie.
Empecé a alejarme, no quería ver su cara de decepción. Yo también estaba harta de ver siempre lo mismo.
—Tú lo hiciste.
Su frase salió como un leve susurro, aunque llegando a mis oídos perfectamente clara. Por segunda vez en diez minutos, hizo que me congelara.
—¿Qué acabas de decir?
Continuaba sin mirarle, de espaldas a él.
—Mentí a Miles cuando dije que no te conocía. Llevo queriendo hablar contigo desde que entraste al instituto. —Un raspeo en el suelo de cemento y supe que había bajado las escaleras para quedarse a mis espaldas—. Cuando me quise dar cuenta ya estaba graduado y sin una excusa para acercarme a ti.
—Muy bien, pues has conseguido hasta besarme. Ahora creo que va siendo hora de que te vallas. —Giré mi cara para que mi barbilla estuviera en contacto con el hombro y me escuchara mejor.
—¿Alguna vez has estado enamorada, Aeryn?
Apreté con fuerza mi mano en un puño, haciendo que mis nudillos llegaran a ponerse de un blanco hueso. Notaba las uñas clavarse en la palma de mi mano, proporcionándome leves punzadas.
—Tú no estás enamorado de mi —espeté, demasiado fuerte.
—No —murmuró en un tono bajo—. Pero podría.
—Suerte que no es así.
—No me has contestado.
—Ni voy a hacerlo —obligué a mi pie moverse—. Adiós, Fred. Espero que te vaya bien.
Y lo decía en serio.
—¡Cambiaste por él, Aeryn! —gritó a mis espaldas mientras abría mi ventana y echaba dentro la pesada mochila primero—. ¡Porque le querías! ¡No hagas como si nunca hubiera pasado!
Me subí al alféizar de un salto, de alguna manera no podía hacer mis movimientos tan rápidos como me gustaría; toda la culpa la tenía Fred y sus malditas palabras, que habían dado en el blanco de la diana.
Si quería que me quedara no debía haber hablado de lo único que siempre andaba huyendo.
Cerré la ventana al tiempo que veía como Fred se daba la vuelta con la espalda tensa, y pateaba una de las vallas vecinas con frustración.
Bueno, hombre, eso no le iba a hacer ni pizca de gracia a la señora Holly.
Suspiré contra el cristal, sintiéndome segura encerrada en las cuatro paredes de mi dormitorio.
Estampé mi cabeza repetidamente contra el translúcido material.
Tonta. Tonta. Tonta.
No me iba a afectar. No era la primera vez que me atacaban así, de alguna manera debía agradecer a Dianne por hacerme fuerte frente a estos comentarios.
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PHILOPHOBIA
General FictionLos polos opuestos se atraen pero, ¿y si ahora también lo hiciesen los iguales?