21.- Visitas nocturnas.

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Chelsea se había quedado roncando en el sillón. Se estaba haciendo tarde, por lo que la desperté y le aseguré, durante casi quince minutos, que lo tenía todo controlado.

Se fue de casa casi olvidándose a Dolfy en el patio trasero, lo que me hizo preguntarme si se habría tomado las pastillas aquella mañana,. Estaba más nerviosa y despistada de lo normal.

Solté todo el aire de mis pulmones al cerrar la puerta y escuchar el silencio que retumbaba en la casa.

Lidiar con Chelsea siempre me daba dolor de cabeza.

Ya había oscurecido, y se me ocurrió pensar si había sido buena idea dejarla a su suerte en la solitaria calle.

Cabeceé: era una adulta. Tenía sus propias responsabilidades, iba a estar bien, el pequeño Dolfy la protegería.

Intenté no reír de mi propio chiste.

Encendí la televisión y pasé de canal hasta que acabé en uno donde programaban Arrow. No seguía la serie, pero desde luego era mucha mejor opción que las noticias o el canal de deportes.

Me quedé mirando la pantalla, hasta que sin darme cuenta otra escena cobró sentido ante mi vista como si la reviviera.

—Bueno, Aeryn, ¿cómo te sientes?

La mujer de mediana edad se acomodó las gafas con el dedo índice sin apartar sus castaños ojos de mi.

Reflejos blancos empezaban a hacer aparición en las raíces de la psicóloga, la cual no parecía estar molesta, pero que a mi me distraía con mucha facilidad.

Ya era bastante que estuviera ahí, no tenía intención de hablar en los sesenta minutos que teníamos por delante.

—Veo que has optado por la actitud pasiva —desdobló la pierna que tenía encima y posó ambos pies en el suelo de mármo—. No tienes que hacerlo. Estoy aquí para escuchar.

Ladeé la cabeza aburrida.

—Percibo odio en tus pupilas.

Bien, eso podía ser el comienzo de una canción. Siga así, Doctora Miller, y lo mismo su vocación da un giro inesperado.

—¿No vas a contarme qué ha pasado?

Me mordí la lengua para no gritarle que en el maldito informe que sostenía en las rodillas lo ponía todo, no necesitaba nada de mí.

—Vamos a tener que enfocar la sesión de otra manera —dejó el bloc de notas encima de la mesa de cristal entre nosotras. ¿No iba a tomar apuntes y hacerme un diagnóstico?—. ¿Echas de menos a Ashton Timberland?

No habían pasado ni dos semanas desde que Ash murió. Su recuerdo aún estaba demasiado vívido en mi mente. Cada vez que lo pensaba –y solía ser a todas horas– escuchaba como dentro de mí aparecía una nueva grieta, profunda y oscura, justo en el pecho. ¿Cuántas harían falta para que finalmente mi corazón explotara y solo dejara un charco rojo de lo que fue Aeryn Strike?

El famoso nudo de angustia se apoderó de mi garganta. Notó mi repentino cambio, obviamente no me esperaba que su "nuevo enfoque" fuera tan claro y directo.

—Llora si quieres, Aeryn. Aquí puedes ser quién quieras ser.

No quería llorar. Quería ser fuerte y que el dolor que sentía se volviera más leve con cada día que pasaba, pero el proceso parecía estar invertido. Tenía que entender que una de las personas a las que más había querido alguna vez se había ido para siempre.

PHILOPHOBIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora