El trayecto en autobús hasta la discoteca había sido un tanto incómodo. Se encontraba a tres escasas paradas del centro de nuestro pequeño barrio, en dirección contraria a Londres, dónde nadie podría llamar a la policía ni hacer preguntas.
Me había puesto unos pantalones de tela fina larga desfigurados que había conjuntado con un top blanco, el cual estaba adornado con dos tiras alrededor de los pechos. Y, por supuesto, uno de mis pares de tacones con plataforma.
Chase, por otro lado, se había puesto una camisa azul clara que iluminaba su cara. Me hizo darme cuenta de que nunca le había visto llevando un color tan vívido. Se había enrollado una fina corbata de lino que llevaba de forma desenfadada. Por el aspecto externo, parecía que en vez de encaminarse a la fiesta, salía de ella, todo despeinado y desaliñado. Solo debías acercarte para comprobar que el aroma a desodorante y colonia eran recientes.
Se removió varias veces en el mullido asiento antes de bajarnos en nuestra parada. Otras parejas y grupos vestidos de discoteca nos acompañaron.
—¿Por qué has venido si claramente no lo estás disfrutando? —pregunté caminando con la vista al frente, unos pasos por delante de él. Debíamos andar unos minutos desde la parada hasta la puerta del Sleepwalker.
—¿Quién ha dicho eso?
—Tu cara.
—Es la de todos los días.
No repliqué. No pensaba preguntarle si ese cambio de actitud se debía a lo que pasó la noche anterior. Igual estaba molesto por llevar a un herido de gravedad a su casa. Eso, de cualquier manera, era problema de Miles, no mío.
Conforme nos acercábamos a la discoteca, el ruido incesante de risas, pasos y gritos se hacía cada vez más audible; hasta que definitivamente doblamos la última esquina que nos separaba de la puerta y nos encontramos con un puñado de gente fumando en la puerta.
Un gorila de dos metros de ancho por tres de alto se encontraba en la entrada pidiendo identificaciones a todos los que se disponían a pasar. Sabía por experiencia que solo era una tapadera, pues aunque te pillara el carnet falso, no iban a negarse un cliente dispuesto a consumir. Además, yo contaba con ventaja.
Puse mi mejor cara amable junto con una sonrisa, y caminé decidida hacia él sin comprobar si Chase me seguía.
—Hola, Jonah.
El gran portero miró hacia abajo desde su torre y se sorprendió al verme.
—¡Aeryn! Ha pasado bastante tiempo desde la última vez que nos vimos —estiró el labio en una sonrisa dura.
—He estado liada, ya sabes —ondeé la mano al viento—. ¿Cómo está Bo?
—Compruébalo por ti misma. —Jonah se giró para desenganchar la pesada cadena roja que separaba ambos mundos.
Le di unos toquecitos agradecidos en su enorme bícep al pasar. Ya se escuchaba la música electrónica y ni siquiera había abierto la puerta aún.
—¡Eh! —escuché a Chase quejarse cuando Jonah volvió a poner la cadena en su sitio.
—Identificación —ordenó con voz dura. Era como si su otra personalidad hubiera salido a la luz. Su voz de profesional asustaba; supongo que por eso tenía el trabajo que tenía. Su deber era asustar e intimidar.
—Voy con ella —me señaló con la cabeza.
—Identificación —repitió, haciéndole notar que no iba a dejarle pasar. Oculté una sonrisa cuando Chase me miró en busca de ayuda. Me encogí de hombros como si nada y abrí la puerta. Chase era mayor para buscarse la vida. Como él había dicho, frecuentaba el Sleepwalker más de lo que yo imaginaba, ¿no?
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PHILOPHOBIA
Ficción GeneralLos polos opuestos se atraen pero, ¿y si ahora también lo hiciesen los iguales?