35.- Le echo de menos.

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—¿Cuál es el problema tan gordo que tenéis que molestarme en mi noche libre? ¿No sabéis vivir sin mí? —dije en cuanto escuché el sonido descolgado de la línea.

—Gracias a Dios —Miles sonó aliviado—. Spence estaba casi segura de que estarías muerta en una cuneta con los cuervos sacándote los ojos de las cuencas.

—Tan optimista como siempre —hice una pausa—. ¿Solo llamabais para comprobar si seguía respirando?

—¿Te parece poca excusa? —El tono del chico se endureció—. Cada fin de semana al menos una persona es forzada sexualmente y al menos otra es golpeada en el Sleepwalker. Deberías decirle a Bo que eso no está bien.

Quizá había subestimado los sentimientos de mis amigos. Miles, de los dos, siempre había tenido esa responsabilidad de protegernos, cuando realmente él era el que incontables veces había tenido que ser salvado de sí mismo. Se sentiría culpable por molestarme anoche.

—Estoy bien —aseguré.

—¿Puedo hablar con Chase?

—Adiós, Miles —cantureé alejando el móvil de mi cara.

Aproveché para mirar la hora.

3:47 a.m.

Se suponía que no debía estar fuera de casa en primer lugar. En segundo lugar, estaba tan borracha que ni me importaba.
Y en tercer lugar, probablemente al día siguiente me la cargaría porque en el estado en el que iba, no iba a ser capaz de saltar por mi ventana sin derrumbar media casa.

¿Por qué ser adolescente era complicar siempre las cosas?

Me di la vuelta y capté a Chase apoyado en un coche a unos pasos de distancia, con la vista clavada en el suelo. Seguramente no iba en mejor estado que yo.

—Miles —dije, señalando el teléfono—. Creo que va siendo hora de que nos vayamos.

—¿«Nos»? ¿En serio acabas de incluirme en una de tus frases? ¿Qué te han vendido en estos lares para parecer simpática?

Le di un golpe en la mejilla y rió.

—Llamaré a un taxi.

No tardó en llegar.

Le di la dirección al conductor, quien embelesado en su volante asintió y arrancó cuando Chase aún tenía medio pie fuera.

No supe que era más peligroso: si que lo condujera yo en el estado de ebriedad en el que iba, o el taxista que iba puesto hasta arriba de a saber qué.

—¿Por qué Miles y Spence le tienen tanto respeto al club de tu primo?

Observé al chico a mi lado. No me estaba mirando con su característica mirada interrogante. Miraba por la ventanilla, empapándose de la oscuridad de la noche.

—No tengo ni idea. Cuando les aseguro que jamás me ha pasado nada, contestan que sólo será cuestión de tiempo.

Dejé que un breve silencio cayera entre nosotros. Mi cabeza andaba por las nubes. Si intentaba enfocar la vista en un punto en concreto, este se desvanecía por los bordes.

Me di cuenta de que Chase, con su mano apoyada en el pequeño espacio entre nuestras piernas, había comenzado a mover los dedos distraídamente, rozándome suavemente una minúscula parte de piel.

Con Chase era muy fácil saber cuándo se estaba marcando una jugada adrede, y cuando no.

Y en ese preciso instante, parecía estar en un paseo espiritual. Solo él y sus pensamientos.

—Bobby no dejaría que nadie me hiciera daño —retomé la conversación, removiéndome en la turbia tapicería con olor a tabaco—. Estoy segura que se arriesgaría a que le cerraran el local si tuviera que presentarse contra cargos violentos por defenderme. Es como el hermano mayor que nunca tuve ni quise, pero se lo agradezco eternamente.

La oscura cabeza de Chase se giró, y sus dorados ojos parecían de color azabache.

—Tener un hermano mayor está sobrevalorado —dijo con voz agria, percatándose de su mano cercana a mi muslo y flexionando los dedos hasta quedar en un puño.

—¿No te llevas bien con el tuyo?

Pensé a su vez en Miles, quien vivía en la eterna sombra de Aaron, su hermano. Siempre quedándose atrás, siempre siendo reprochado por ser el último en una competición en la que nunca quiso participar.

—Digamos que no le hago mucho caso a su presencia.

Vaya, eso era triste.

Intenté no reír por lo bajo. Aeryn Strike pensando que algo era triste cuando su vida se empeñaba en rodearse de sombrío pesimismo.

Que ironía.

—Echo de menos a Ashton.

Las palabras salieron lentas y entrecortadas.

Mi corazón literalmente paró. Sentí como dejaba de latir en la parte izquierda de mi pecho, para retomar su actividad el doble de fuerte, tanto que los oídos se embotaron y un leve pitido se hizo con el control de mi cabeza.

Chase y yo nos miramos a la vez. La sorpresa en su cara también se filtraba en cada poro de su piel. Con la boca entreabierta por la estupefacción, me atravesó con la mirada como si de repente todo el alcohol que había en sus venas se hubiera drenado como un maldito desagüe.

Porque no había sido yo quien, embriagada con una mezcla de sustancias y en una atmósfera nocturna, había dicho aquellas palabras.

Sino él.

—¿Qué? —jadeé. 

No estaba segura de que me oyera, pues fue más bien un susurro.

—¡Primera parada, tortolitos! —rugió el taxista volviéndose en su asiento y deteniendo el coche en frente del callejón solitario de mi casa.

—Chase, ¿qué acabas de decir?

—Buenas noches, Strike.

Ya no podía ver su cara, solo escuchar su voz dura.

—No.

—Aeryn, baja.

Una rabia repentina se apoderó de mi cuerpo.

—Púdrete.

Cogí un billete de cinco libras y se lo tiré al interior del coche una vez fuera. Ni siquiera pude ver su expresión. Le hubiera escupido es su estúpido rostro esculpido en mármol si no fuera porque el automóvil se alejó en el momento en el que la puerta se cerró, dejándome con una marea de emociones que no quería desenterrar.



PHILOPHOBIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora