Dos años antes...
Miré mis entrelazadas manos apoyadas en mi regazo. Empecé a hacer círculos con mis pulgares, poniendo toda mi concentración en que no se tocaran, tan solo sintiendo la pequeña corriente de aire que provocaban juntos.
Como, según la gente que se pasó por la funeraria a dar sus condolencias, Ashton y yo hicimos. Movíamos cielo y tierra cuando nos encontrábamos juntos.
Lo que me hizo preguntarme: si la gente ya notaba la energía del tonto amor adolescente cuando nos veía, ¿notarían también la desgracia y la sensación de que mi corazón se estaba marchitando dentro de mi pecho?
Seguramente.
Personas que no había visto nunca se habían acercado para dar su más sentido pésame.
"Solo tienes quince años."
"No deberías estar aquí, pequeña."
"Aún estás en la flor de la juventud, no es justo apagarse cuando te queda toda la eternidad por vivir."
¿Toda la eternidad? Ashton tenía diecisiete, y le quedaba toda la eternidad por vivir. ¿Lo haría? No.
Lágrimas volvieron a aguarse en mis ojos, nublándolo todo, haciendo que el contorno de las manos se volviera borroso hasta que dos perlas saladas rodaron por cada una de mis mejillas, cayendo encima de mi vestido negro.
Me dolían los ojos de llorar. Me dolía la cabeza de llorar. Me dolía el alma de llorar.
Había dejado de beber agua para comprobar si aquel torrente de lágrimas era capaz de cortarse de una vez por todas si no se le alimentaba de recursos, pero no servía de nada.
—¿Querida? —Una mano tocó mi hombro sobresaltándome.
Una abuelita con un ramo de petunias me miraba con sus grisáceos ojos llenos de compasión.
Me enjugué las lágrimas para darle mi mejor cara, a pesar de las circunstancias.
—Oh, no, no. No tienes que fingir delante de mi —buscó en su bolso un paquete de pañuelos y me tendió uno sacudiéndolo.
Me removí la nariz con un horrible sonido.
—Así me gusta —me lanzó una triste sonrisa—. Aeryn, ¿cierto? —asentí—. Ashton hablaba de ti como si fueras la mismísima Afrodita —miró hacia la sala, llena de invitados que seguramente querían estar en cualquiera parte menos en un sitio tan fúnebre—. No exageraba cuando me contaba lo preciosa que eras.
Un nudo se formó en mi garganta, impidiéndome tragar. Era como si una pelota de golf se hubiera atascado en mi cuello.
—Perdona —conseguí decir con la voz áspera y temblorosa—, ¿usted es...?
—Su abuela —terminó ella. Ash siempre había descrito a su abuela como una persona llena de vida. Sin embargo, parecía el triple de mayor de lo que era—. Y por favor, llámame Addie.
La observé detenidamente, autodañándome. Tenía las facciones de su nieto, y cuando sonreía se le formaba un pequeño hoyuelo en la barbilla, el mismo que Ashton tanto odiaba.
Froté mis ojos cansadamente.
—No es justo —solté de repente, apoyando mis antebrazos en mis muslos.
No sabía dónde estaban mis padres, no sabía dónde estaban los padres de Ash. No me había movido de aquel banco desde que había llegado.
—Te diré lo que no es justo, la comida de este estúpido sitio. —"Humor negro a la vista"—. Las penas deben ahogarse comiendo algo que no esté cocinado con plástico.
ESTÁS LEYENDO
PHILOPHOBIA
General FictionLos polos opuestos se atraen pero, ¿y si ahora también lo hiciesen los iguales?