36.- Baja de ahí.

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Tres periodos habían pasado y no había ni rastro de Chase por el instituto.

El chico no tenía derecho a soltar «echo de menos a Ashton», y alejarse sin ninguna explicación.

Lo que parecía no entender Chase era que yo no rendía en base a nada. Iba a conseguir una explicación, aunque fuera la más ridícula del planeta.

Mi política de vida me dictaba que no debía meterme en la vida de los demás y menos si no me importaban en absoluto, pero no me había dejado otra opción.

En el receso, entre toda la multitud hambrienta que se dirigía a la cafetería a por comida, me escabullí en dirección contraria directa hacia la puerta.

Veía mi libertad a tan solo dos pasos.

Para mi desgracia, Chad vio oportuno colocar su pesado cuerpo entre mi vía de escape rápida y yo.

—¿Pretendes hacer pellas, Strike?

Al contrario que en otras ocasiones, no llevaba puesta su sonrisa de superioridad en la cara, esa que te decía que era mil veces mejor que tú y que pertenecía a una clase social en la que tú no ibas a poder entrar nunca.

—Quítate de mi camino, Chad, ¿o quieres que tu ojo pague de nuevo por tus errores? 

Me agaché y mi cuerpo se vio en el exterior sin ningún impedimento.

Eso era raro. Habría esperado que al menos me retuviera dos minutos más. Miré hacia atrás por encima de mi hombro sin dejar de caminar. Chad estaba haciendo lo mismo, amenazándome a lo lejos con la mirada, aún colocado a mitad de la salida.

No tenía tiempo ni ganas para afrontar cualquier divagación mental de lo que podría significar aquella tregua.

Tardé bastante tiempo en llegar a la casa de Chase. Aún así, cuando me planté en su calle todavía no había decidido si iba a entrar por la puerta principal, pidiendo permiso como una persona educada, o pasaba de los formalismos e iba directamente a la parte en la que saltaba el seto e irrumpía en el patio cuan asesina en serie.

Opté por lo segundo. 

Me encaramé al contador de luz que se encontraba justo debajo de su valla forrada con un largo seto. 

Lástima que no pensara en escoger uno más alto.

Una vez arriba, el arbusto tan solo me llegaba a la nariz, por lo que obtuve una amplia y completa vista al jardín de cuento de hadas de Chase Hoock. 

Esperaba encontrármelo solitario como todas las veces que había estado. Pero esta vez, dos figuras se hallaban en el centro del césped, cerca de la piscina, hablando acaloradamente.

Uno de los chicos era Chase. El otro interlocutor estaba de espaldas a mí, así que no podía identificarle.

Agudicé el oído en caso de que algunas palabras ciegas llegaran a mí. 

—¿Infantil yo? ¿INFANTIL YO? —estaba gritando Chase, con la cara tan roja como un tomate—. Siempre has sido el niñito de papá. Incluso cuando sabías que lo que hacía no era ni remotamente correcto. —El moreno estaba a punto de echar espuma por la boca—. Así que no. Llámame lo que quieras, Brandon, pero de ninguna manera haré lo que me pides.

Justo en ese instante el otro muchacho desvió la cabeza apretando la mandíbula, ofreciéndome el perfil de su cara.

Era Brandon Hoock. El hermano mayor de Chase.

—Siempre has hecho lo que te ha dado la gana, y siempre ha sido pensando en ti mismo.

La voz de Brandon era dura y profunda: era la voz de un adulto. 

—Sabes tan bien como yo, que si así fuera no estaríamos discutiendo este asunto.

Chase cogió y se dio la vuelta apretando los puños. Desde la distancia podía apreciar cada músculo en tensión de su espalda. 

En el segundo en el que entró con un sonoro portazo en la pintoresca casa, Brandon pateó una silla del cenador con fuerza, que acabó sumergida en la piscina.

—Maldita sea —farfulló mientras se masajeaba la cabeza.

Cruzó el patio en tres pasos hacia la puerta de salida. Evalué si en la posición en la que estaba podría pillarme espiando, pero mi (penosa) práctica en álgebra me proporcionó la seguridad que necesitaba, pues había un tronco que tapaba mi cuerpo entero en caso de que Brandon se dirigiera dirección este.

Escuché el rugido de un motor arrancar. El coche salió disparado calle arriba y se perdió en el horizonte.

¿Y ahora qué hacía? Si entraba con intención de pedir explicaciones al moreno presuntuoso lo llevaba claro con el humor que se le había quedado. Me echaría a patadas en cuanto sacara el tema de conversación. 

Mi móvil sonó con un mensaje entrante. 

En la pantalla de bloqueo vi que era Chase.

 «Baja de ahí. Sé lo que estás haciendo, y no lo vas a conseguir.»

Miré el teléfono con una mirada interrogante y llena de sorpresa en la cara. El cacharro sonó de nuevo.

«¿Te piensas que viviendo en una casa así no tendría cámaras?»

Si no fuera porque aparentemente me estaba observando, me habría golpeado la cara hasta caer inconsciente por idiota.

Claro que tendría cámaras. Ahora encima sabría que seguramente había escuchado la conversación con su hermano, cosa que no le haría ni pizca de gracia.

¿Qué cosa tan importante tendría la familia Hoock que ocultar que todo el pueblo no supiera ya?

En ese momento escuché la puerta de su casa abrirse y volverse a cerrar. Hoock hizo en mismo camino que su hermano había atravesado minutos antes y, sin mirar en mi dirección, llegó a la calle.

Salté del contador dispuesta a abordarle.

—¡Chase!

Pasó de mi cara, dirigiéndose a un coche antiguo de color crema aparcado en la otra acera de la calle. Crucé para alcanzarle.

—¡Chase! —dije más alto.

Volvió a pasar de mí.

Tomé aire para coger fuerza y no tirarme a su espalda como un Neanderthal. Estiró el brazo para abrir la puerta del coche, pero yo fui mas rápida y con mi brazo más cercano la cerré, impidiendo que lo intentara de nuevo.

Llevaba gafas de sol, lo que me incomodó ya que no podía ver una mínima parte de lo que se le pasaba por la mente a través de los ojos. Sin embrago, la presión en su mandíbula incrementaba.

—Aeryn, no me considero una persona violenta, pero si tengo que cogerte en brazos y encerrarte a la fuerza en mi cobertizo para que me dejes en paz, lo haré —amenazó. 

Su comentario me enervó.

—Ahora sabes lo que se siente, ¿no? Tú llevas apareciendo en mitad de mi vida sin que yo lo quisiera desde aquella vez en la que me viste reírme en el pasillo. Así que no me vengas con que te deje en paz, capullo. Me debes una maldita explicación.

No dijo nada.

—En cuanto me la des, cada uno puede fingir que jamás ha conocido al otro.

Lo dije en el tono de más arpía que pude, pero la verdad era que en las últimas semanas me había acostumbrado demasiado a la compañía de Hoock. 

¿Podría ser eso algo bueno o malo? Definitivamente me asustaba. 

Suspiró y supe que este asalto lo había ganado yo.

—Entra al coche antes de que cambie de opinión. 




PHILOPHOBIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora