—Spence —susurré fuertemente detrás de mi rubia amiga. Al ver que no me hacía caso, maldije en voz baja y volví a intentarlo, yendo a su espalda con cuidado de no hacer ruido—. ¡Spencer Russo!
Ella me mandó callar con una mirada de advertencia que salió disparada de sus azules ojos rodeados de delineador negro. Nunca la había visto sin su típico maquillaje de chica oscura. Iba ligado a su imagen.
—Te dejó en evidencia hace tan solo unas semanas —explicó Spence una vez nos habíamos situado detrás de un seto, de modo que podíamos observar a Diane de perfil, sentada en un solitario banco, sin que ella se percatara de que estábamos allí.
No me gustaba espiar a la gente, me parecía un hecho que solo hacías por alguien que realmente te importara y mereciera la pena gastar tiempo.
Diane no provocaba ninguna de las dos en mí.
El problema era que no quería decirle a Spence que ya me había buscado un problemilla con un miembro de su pequeño club de fans.
—Solo tengo curiosidad por saber cómo es fuera del instituto —empleó un tono de voz típico, el que solo usas para explicar algo tan razonable que no quieres dejar a la otra persona por los suelos.
Quizá me estaba engañando a mí misma al decirme que no quería estar allí porque Diane no me importaba en absoluto; la verdadera razón por la que quería huir y dejar atrás aquel espantoso lugar era que se trataba de un cementerio.
Y Diane se encontraba desolada en frente de la lápida de Ashton.
Eso, claro, no lo sabía mi amiga.
—Spence, venga, querrá un momento de silencio, sin las voces chillonas de sus amigas. Cualquiera lo querría.
—¿Por qué la defiendes? —me miró de reojo entre los finos mechones cobrizos—. Solo es un minuto.
Tragué saliva y me resigné a su lado. Evitaba seguir la mirada de Di. De verdad lo intentaba. Pero no había sido capaz de visitar el cementerio ni una vez desde que murió. ¿Cómo?, había pensado. ¿Cómo podría si ni siquiera puedo vencer su fantasma en sueños?
Mi más preciado secreto era que envidiaba a Diane por ser tan fuerte.
—¿Crees que le llora a algún familiar? —cuestionó Spence. Sin malicia, sin venganza. Únicamente misterio—. ¿Una abuela, tal vez?
Tenía conocimiento de dónde estaba la lápida de Ash. Mi madre, en un intento de animarme (¡vaya ironía!) me había indicado en que parte se encontraba, me la había descrito y hasta me había comprado flores para que se las llevara.
El recuerdo de las direcciones permaneció constante en mi memoria, queriendo salir, queriendo guiarme. Siempre lo contuve, pero las flores murieron en mi dormitorio.
—Tal vez —susurré, apenas inaudible.
Dudé de que lo hubiera escuchado. Estuvimos así al menos cinco minutos más: Spencer sin quitarle la vista de encima a Diane, yo sin perderme ni un detalle de mis zapatos, y Di estremeciéndose de vez en cuando, señal de que probablemente estaba aguantando el llanto. La situación era bastante incómoda, pero mi amiga rubia parecía no notarlo.
No podíamos escuchar nada de lo que decía, a pesar de que parecía que su boca se movía, articulando palabras.
—Oh, mierda —Spence se había acercado tanto al seto que, al darle un manotazo, había soltado cierto polvillo amarillo.
Reaccioné tarde. Para el momento en el que quería taparle la boca, Spence había pasado de la mueca al estornudo.
Agachamos las cabezas a toda velocidad.
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PHILOPHOBIA
General FictionLos polos opuestos se atraen pero, ¿y si ahora también lo hiciesen los iguales?