19.- Si vas a romper la ley, mejor que sea a lo grande.

69 9 1
                                    

Abrí la puerta de la piscina para ellos, dejando que me pasaran de largo.

Lo primero que hizo Spencer fue correr hacia un trío de chicas a saludar.

Ya sabía si porque de verdad se alegraba de verlas, o porque tenían bebida. Me inclinaba más por la segunda conclusión.

Miles esperó a que cerrara la puerta y le acompañase.

El sol se había puesto finalmente y la piscina estaba levemente iluminada por unos cuantos focos; cortesía de las veinte personas que de momento se encontraban allí. Algunas metidas dentro, otras en el bordillo charlando, bromeando; y otras estaban fuera de la pequeña infraestructura, sentados en el césped recién cortado, mirando las estrella o, lo que era más seguro, dándose el lote.

—Esto va a ser divertido —murmuró Miles pasándose el dedo por el labio inferior, analizando el panorama.

—Eh, Miles. —Un chaval que solo conocía de vista pasó frente a nosotros—. Bonitos pantalones.

—Que te den —le espetó de vuelta mientras el otro seguía su camino, riéndose de él mismo y casi provocando que el contenido del vaso que llevaba en la mano se derramara en su pecho.

—No ha sido tan gracioso —comenté, rodeando la piscina.

—No. Pero todo lo que sale de la boca de ese tío es descojonante para su cerebro. Algunas personas no deberían haber llegado al óvulo de su madre.

Pasamos junto a unas chicas con bikinis fosforitos tumbadas en sus toallas, que susurraron a nuestro pasar, echándonos una larga mirada.

—¡Te felicito! —exclamé dándole palmadas en el hombro—. ¡Por una vez has prestado atención en clase!

—¡Quieta! —me cogió ambas muñecas con una sola mano, lo que me hizo darme cuenta de que realmente tenía unas manos desproporcionadamente grandes, con largos y curvados dedos—. Solo en biología. Y cuando se trata de todo lo relacionado con la sexualidad.

Ya. Típico de él.

Llegamos a una parte un tanto despejada y me apoyé en la baranda. Una leve brisa pasó entre nosotros, haciendo que me estremeciera.

Miles me imitó, solo que él puso las manos a ambos lados del cuerpo, agarrando el desconchado metal y cruzando los tobillos.

Escaneé la estancia, en busca de alguien conocido. Habían puesto música en un tono bajo para una "fiesta", pero supuse que por mucha tradición que fuera, no querían más motivos para que la policía viniera: como una queja por exceso de ruido.

Mis ojos pararon al ver a Fred al lado del tipo de la música, charlando con su encantadora amiga Irina.

No apartaba los ojos de ella, o más bien de su escote decorado con un bañador que parecía más un parche que una parte de arriba.

O bien no me había visto aún, o bien estaba ignorándome.

Era un barrio pequeño. Alguna vez se cruzaría conmigo de nuevo.

—Oye —empecé a preguntar al rubio—, ¿qué hace Fred aquí si es para los de último año de instituto? —le hablé sin mirarle, y como tardaba demasiado en contestar, me preocupaba que se hubiera ido sin que me enterara.

Pero no, seguía allí, con su vista clavada en algo que definitivamente le tenía tanto absorto como encendido.

Seguí su mirada, esperando que desembocara en Irina, pero cual fue mi sorpresa (o no tanta) cuando vi que era Spencer a quién no le quitaba ojo.

PHILOPHOBIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora