31.- Heridas.

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—¿Fred? ¿Qué estás diciendo? ¿Qué ha pasado? —me incorporé de la cama rápidamente, completamente despierta.

No solía alarmarme por las tonterías de mis amigos. Algo en la quebrada voz de Fred, quién sabía que conocía a Miles tan bien como podía llegar a conocerle yo, había hecho saltar mi alarma, la cual estaba rota desde hacía mucho tiempo.

—Tú solo... Ven aquí. Lo más rápido que puedas.

Y colgó.

Me quedé mirando el aparato en mis manos como una idiota. ¿Qué podía haber hecho Miles para que Fred, a quién le había dejado las cosas muy claras, me llamara con esa urgencia? ¿Estaría Spencer con ellos?

Solo había una forma de averiguarlo.

Rebusqué en mi armario una sudadera de tela fina para ponerme encima de la de tirantes, pues el aire que se había filtrado por la ventana era frío. No tenía tiempo para enfundarme en unos vaqueros.

Salí por la ventana mientras metía por mi cabeza la prenda, pasando a ciegas el saliente y aterrizando en el suelo a la vez que la sudadera se encajaba en mi cuello. Agradecí los años de experiencia entrando y saliendo de aquella manera.

Aligeré mi paso hacia la dirección que de mala forma me había dado Fred. Para ser una emergencia, el chico no había proporcionado muchos detalles.

A lo lejos vi el cartel iluminado del supermercado. El aparcamiento estaba vacío, y allí no se veía a nadie. Bufé empezando a ponerme nerviosa. ¿Y si todo era una broma de Fred para devolvérmela?

—¡Aeryn!

Un susurro gritado hizo que dirigiera mi atención al lateral de la caseta hecha de ladrillo. Estaba completamente negro.

Una lucecita se prendió entonces en medio de toda la oscuridad del lugar, vislumbrando ahora parte de la cara de Fred.

—Aquí —indicó.

Me guardé el comentario sarcástico que estaba a punto de salir de mi boca. Anduve hasta dónde la cara en tono claroscuro de Freddie se encontraba flotando.

—Deberías conseguir una linterna de verdad —señalé su teléfono a modo de saludo.

Fred apretó la mandíbula y se pasó la mano libre por el pelo.

—¿Cuál es el problema que ha hecho que me despertéis a las cuatro de la madrugada? ¿Y Miles?

El chico bajó la mano que contenía la luz lentamente. Un gemido de dolor acompañó al movimiento, y entonces distinguí un cuerpo tirado a lo largo del suelo, apoyado en parte de la pared del supermercado.

El cuerpo de Miles.

Activé mi propia linterna del teléfono, apresurándome cerca de Miles. Me agazapé de rodillas en frente de él y le alumbré la cara. Contuve un grito de horror.

Estaba hecha un desastre.

Tenía medio rostro hinchado, se estaba empezando a poner morado debido a la inflamación y, por si fuera poco, parecía que se había hecho un corte en parte de la cabeza. Un pequeño hilo de sangre roja le bajaba por la sien hasta caer en la acera. Los brazos tenían marcas por todas partes: amarillas, rojas, azules...

—¿Qué demonios le ha pasado? —espeté quitándole un mechón rubio, ahora escarlata, de la frente. Él se removió, abriendo un milímetro el ojo que no estaba completamente abultado.

—¿Aeryn? —Se estremeció y un ataque de tos tomó el control de su cuerpo. Lo empujé del brazo para que su inclinación fuera hacia abajo. Escupió lo que parecía más sangre, esta vez del labio partido.

PHILOPHOBIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora