11.- Lo prometo.

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Después de vestirme con una camiseta lisa blanca y unos pitillos azul marino con dos rejillas en las rodillas me dirigí en zapatillas al comedor, dónde un delicioso aroma a miel y masa de repostería me esperaba.

Salivé incluso antes de sentarme en la mesa con mi plato enfrente.

Mi padre estaba leyendo el periódico, levantando la vista con un rápido reojo para ver como aparecía por allí.

No dije nada porque no pensé que tenía que hacerlo, la comunicación con mis padres estaba prácticamente perdida.

Antes del accidente le abría dado un beso en la mejilla y le habría dado las gracias por el desayuno.

Tomé el tenedor y el cuchillo cortando limpiamente tres tortitas apiladas en una torre, formando un quesito de tres pisos. Le eché miel por encima.

Ya estaba masticando y saboreando la bendita comida de los dioses cuando mi madre se sentó cuidadosamente en la silla al lado de papá. Miró sus manos jugueteando con sus dedos antes de suspirar al ver que su marido no iba a colaborar.

Estaba en lo cierto, querían decirme algo.

—Aeryn... —comenzó mi madre. Dejé el tenedor en el plato provocando un ruido seco que la sobresaltó y me quedé mirándola con una mano debajo de la barbilla terminando de masticar. Sus ojos azules se posaron en mi cuello, dónde una débil cicatriz de lo sucedido había perdurado grabada en mi piel para siempre—. ¿Qué tal el colegio?

Levanté una ceja interrogante.

—¿Puedes ir al grano, mamá?

—Verás a tu padre y a mi... —le miró furtivamente. El único gesto de mi padre fue arrugar la nariz. Me apostaba los ojos a que ni siquiera estaba leyendo las noticias—. Nos han invitado a un viaje durante la semana que viene. El jefe de tu padre está volviéndose muy cercano y nos ha ofrecido que vayamos con él y su esposa a Nueva York —abrí los ojos sorprendida.

—¿Tenéis dinero para pagar dos billetes de avión y alojamiento?

—Gastos pagados. Invita la empresa —aclaró papá desde detrás del periódico.

Los miré alternativamente. Si se iban y me dejaban aquí, ¿dónde quedaba yo?

—¿Te parece bien, cariño? —mi madre alargó la mano para acariciar mi brazo. Se lo pensó mejor cuando me vio con intención de retirarme.

—Mamá, a mi no tenéis que pedirme permiso para nada. Vosotros sois los adultos.

Volqué mi cuerpo en el respaldo de la silla y crucé mis brazos. Sabía perfectamente de qué tenían miedo. Temían porque me quebrase en el momento en el que me dejaran sola.

—Tengo diecisiete años, creo que soy capaz de sobrevivir una semana sin mis padres —solté burlona.

Ésta vez ambos se miraron para luego mantener sus ojos en mi, empezaban a intimidarme.

—No es eso lo que nos preocupa. —Vaya, eso era nuevo—. Nos hemos fijado en las compañías con las que has estado saliendo últimamente y, para serte sincera, no nos —pausó para buscar la palabra más "educada"— convencen.

—No nos fiamos de ellos —resumió mi padre con tono grave doblando el periódico. Lo depositó encima de la mesa tomando finalmente las riendas de la conversación—. Lo he discutido con tu madre los últimos dos días. Ella cree que sería bueno para tu crecimiento como persona dejarte la sola en casa la semana que estamos en Nueva York. Yo me niego a que se celebre una fiesta adolescente en mi ausencia debido a tus amigos.

Cambié mi expresión a una irónica.

—Claro, papá, ya que sabes con quién me junto, habrás comprobado que son solo dos amigos.

—Mira, Aeryn, quiero confiar en ti... —su cara era sincera. Le corté.

—¡Pues hazlo! ¡Los dos! Lleváis dos años observándome atentamente cuando estaba cerca de vosotros, comprobando cada vez que cogía un cuchillo que no me iba a apuñalar y acabar con todo de una vez por todas. —Mi voz sonó de los más indiferente, justo como había practicado millones de veces frente al espejo—. Me gustaría que me dierais al menos una oportunidad.

Me di cuenta de que de verdad la necesitaba, al igual que mis padres necesitaban esas pequeñas vacaciones.

Había rehecho mi vida como había podido, cambiando mi forma de ser porque me encontraba más a gusto de la manera en la que soy ahora.

Tan solo mis padres eran lo único que no había podido cambiar de mi anterior yo. Me tenían ligada a la vieja Aeryn, y sentía que si finalmente ponían ese pequeño voto de confianza en mi, el delgado hilo de unión se rompería completamente, liberándome.

Mis padres mantuvieron una conversación visual durante un rato, dudosos.

—¿Prometes que nada de fiestas, chicos, desastres nucleares, explosiones o montones de platos sucios en el fregadero?

—Lo prometo.

—En ese caso, está bien.

Me ahogué en felicidad interna, sacando simplemente una sonrisa de aprobación hacia ellos.

—Gracias.

—No las des hasta que no hayamos vuelto —advirtió mi padre con un dedo acusatorio—. Lo dejamos en tus manos, Aeryn. No nos decepciones, por favor.

Ignoré como el por favor sonó más a suplica que a orden.

Se levantaron de la mesa, supuse a terminar las maletas o lo que fuera, dejándome acabar con mi montaña de tortitas que ahora sabían incluso mejor que antes.

El Lunes a primera hora me encontré con Spencer en el aparcamiento y nos dirigimos solas a clase. Mis padres se habían despedido de mi esa misma mañana ya que cuando volviera del instituto ya se habrían marchado rumbo a Nueva York.

Una pequeña parte les envidiaba.

Spencer dijo que lo sentía a su manera por dejarme sola con Chase el viernes, pero que estaba tan enfadada con Miles que ni siquiera se acordó de mi.

—Vaya, gracias, me encanta saber el efecto que tengo en ti.

—No es nada personal, nena. —Me dio un codazo juguetona cuando empezamos a subir las escaleras de la entrada—. Además, tú tampoco debiste pasarlo mal —alzó las cejas varias veces rematando el cigarro entre sus dedos. Lo tiró al suelo dejándome intrigada—. ¿Cómo es?

La miré confundida empujando la grande puerta de entrada.

—¿El qué?

—El sexo con Chase Hook.

Traté de no tropezar con mis propios pies.

—¿Quién ha dicho nada de sexo?

—Vamos, nunca lo niegas, ¿por qué esta vez si?

Llegué a mi taquilla y comencé a desbloquearla mientras le contestaba.

—¿Tal vez porque nada pasó?

Spence apoyó su hombro en la taquilla contigua con los brazos cruzados.

—Eso no es lo que él dice —canturreó mirando al techo como si nada.

Cerré de un golpe la puerta metálica una vez había cogido los libros y me quedé frente a ella.

—¿Cómo?

—Eso no es lo que Chase le está contando a todo el mundo.

PHILOPHOBIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora