16.- ¿Qué haces en mi clase de Historia?

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Entré al instituto con menos ganas de las que solía tener. Estaba mareada, con sueño, y viéndome con unas ojeras que estaba segura de que asustaron al profesor cuando hice mi aparición en clase.

Me había quedado dormida en el sofá cuando volví de casa de Jacob, y no había despertado hasta las siete, razón por la cual luego no tenía ni pizca de sueño, quedándome despierta hasta las cuatro de la madrugada.

Mandé mensajes a Spencer y Miles por si querían pasarse a tener una no–fiesta, pero seguían sin poder respirar el aire del otro. No me molestaba pasar el tiempo sola, me molestaba aburrirme, porque eso normalmente desembocaba en ponerse a pensar, y era lo que siempre andaba evitando.

Deposité mi culo con fuerza en la silla del último pupitre de la clase, con suerte podría echar una cabezadita sin que al profesor de Historia le importara.

Me puse la capucha de la chaqueta fina que había cogido y apoyé mi cara en los brazos encima del pupitre, mirando hacia la ventana, notando el suave material contra mi mejilla.

Había amanecido nublado, disipando todo rastro de sol del día anterior y con amenaza de lluvia durante las próximas ocho horas.

Un golpe sordo a mi lado hizo que me sobresaltara del estado tranquilo en el que se encontraba mi cuerpo, provocando que mi corazón martilleara contra mis costillas por el susto.

—Tienes mala cara, Strike. Las ojeras no te favorecen.

Aún con una mano sobre mi pecho, entrecerré mis ojos hacia el sonriente y mañanero Chase que se encontraba sentado a mi vera. El moratón creciente que se estaba formando alrededor de su ojo y bajo su mandíbula me distrajo de gritarle todo lo que quería por aparecer así.

—¿Me lo dices tú? —Mi voz salió burlona a pesar del cansancio—. ¿Qué pasó?

—Oh, ¿esto? —fingió sorpresa señalándose la cara—. Tranquila, nena, el otro quedó peor que yo.

Rodé los ojos. Los chicos siempre tenían que ponerse gallitos hasta cuando salían golpeados.

—Era broma —buscó mis ojos con los suyos, las comisuras de sus labios fruncidas—. Fue el señor Morgan. Sí, sí, puedes decir "te lo dije." Me lo merezco.

Hice una mueca de sorpresa, aunque no lo era en absoluto. Solo el imbécil de Chase podía meterse con esa familia pensando que iba a salirse con la suya. Sin embargo, obviando el hecho de que iba a tener esos morados adornos en su cara por varios días, no parecía preocupado o enfadado.

—¿Entró por tu ventana esperándote en la habitación con un bate de béisbol en su mano? —bromeé apoyando mi cabeza en una mano para estar de cara a él.

—Le abrí la puerta.

Simple. El hombre tenía clase. Podía imaginar la escena perfectamente.

De repente me di cuenta de algo que no cuadraba.

—¿Chase?

—¿Si?

—¿Qué haces en mi clase de Historia?

Justo en ese momento el profesor había dejado de escribir en la pizarra el temario y la página por dónde debíamos abrir nuestro libro. Chase alargó la mano, arrastrando mi libro desde mi mesa hasta el hueco entre las dos y abriéndolo con desgana.

—Al señor Williams no le importa.

Como si lo hubiera sentido, el profesor miró en nuestra dirección por encima de sus gafas de montura negra. Chase alzó la mano en un basto saludo acompañado de una completa sonrisa.

El señor Williams tragó saliva, apartando la mirada rápidamente.

Mi cejas se elevaron mientras dejaba que mi espalda tocara el respaldo de la silla, estirando mis piernas por delante.

—¿Debería estar impresionada?

Jugó con el dobladillo del libro.

—Hay pocas cosas que te impresionen, Aeryn.

Solté un bufido divertido.

—No sabes nada de mí.

Giró la cabeza, atravesándome con los ojos.

—Sé todo lo que necesito saber.

No dejé que sus palabras me intimidaran. Es más, rompí el contacto visual. De alguna manera sentí que si nuestros ojos estaban conectados por mucho tiempo sabría todo lo que me rondaba por la mente, las cosas que dejé atrás y lo que no tengo intención de recuperar.

—Se aprende mucho observando a la gente, mon amour. Hoy en día las personas están demasiado ocupadas con sus asuntos que no miran más allá de su propia nariz. —Notaba como seguía mirándome, recorriendo mi cara, como si no se cansara de ver todo el rato lo mismo—. He estado observándote a ti últimamente. —La madera de la silla crujió cuando se acercó—. Son los pequeños detalles los que revelan las cosas más grandiosas de alguien.

» Tú, por ejemplo, te gusta estar parada en un sitio fijo, pero te cuesta estar quieta. Tienes que moverte al menos tres veces para cambiar de posición.

Dejé mi cuerpo inmóvil para que no supiera si coincidía con esa verdad o no, aún mirando al frente.

—Te gusta mantener la mirada de la gente si se trata de desafíos, si sabes que tienes posibilidad de ganar —continuó, bajando la voz a un susurro—, pero lo cortas de raíz en el caso de verte amenazada. Como ahora.

Su mano rozó levemente la tela de mis vaqueros. Pensé que fue accidental hasta que al segundo después su palma descansó en mi muslo, cogiéndome de improviso y mandando millones de descargas alrededor del contorno de su mano.

Miré la mano antes de removerme ligeramente en el sitio, sin verme incómoda.

—No me toques —mascullé finalmente, mis ojos volviendo a estar en línea con los suyos.

Atisbé un destello de algo que no pude descifrar, porque fue camuflado con triunfo.

—Eres una persona atrevida, Aeryn. Pero te gusta tener el control —apretó mi muslo lo justo como para tener la sensación de que no había nada de tela en mi piel. Controlé mi respiración.

Chase. No. Iba. A. Dirigir. Mis. Deseos.

—Piensas que si lo pierdes, te estarás perdiendo a ti misma en el proceso.

Las aletas de mi nariz se agrandaron.

—¿Te han dicho algunas vez que te vayas al infierno? —La campana de fin de clase ahogó el sonido de sillas siendo arrastradas, pero su expresión de arrogancia me lo dijo todo.

Le arrebaté el libro de un manotazo, poniéndome de pie como el resto de la clase. Antes de pasar por detrás de su silla, me incliné para estar a su altura.

No se movió cuando dejé mi cara a exactamente dos centímetros de la suya, pero supe que tenía un punto a favor cuando al mirar sus ojos de cerca mostraban inconfundible deseo.

No estaba planeado, pero mi nariz rozó accidentalmente la suya bañada en un mar de oscuras pecas cuando, no accidentalmente, bajé la vista a sus labios para depositarla de nuevo en el fuego de sus iris.

—Bien, Chase. Puedes irte al infierno.

Me aparté abruptamente de él, saliendo de clase sin mirar atrás y con media sonrisa estampada en mi cara.

Si algo había aprendido cuando crucé la puerta bien erguida, era que conversar con Chase era un remedio bastante efectivo para combatir el sueño.

PHILOPHOBIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora