—¿Qué crees que estás haciendo? —pregunté a Miles cuando se sentó a mi lado en clase de Química, apartando la mochila que estaba usando de almohada para aposentar su gran culo en el taburete.
—¿Dar clase? Aparentemente, algo que tú no pensabas hacer.
Entrecerré un ojo en su dirección.
—¿Me puedes dar una excusa un poco más creíble? Haz el esfuerzo, al menos.
Miles rodó los ojos dándole vueltas a la probeta que estaba entre sus manos, haciéndola girar. Más valía que su aburrimiento no nos costara una expulsión por mal uso del material.
—Está bien. Es que me aburría exageradamente.
—¿Spencer no está a tu lado?
—Se comporta extrañamente.
—Esta mañana estaba feliz.
El cristal del utensilio se le reflejó en las gafas de plástico que supuestamente debíamos llevar por protección. Me coloqué las mías; ya que no iba a poder dormir, al menos no pensaba quedarme ciega.
—Eso he interpretado yo también. Mujeres, sois más indescriptibles que un jeroglífico egipcio... —murmuró enfadado.
—Por casualidad no habrás, no sé, ¿flirteado con alguna chica en los pasillos con ella delante...? —pregunté para probar.
Frunció el ceño, arrugando los labios.
—¿No lo hago siempre?
Deslicé una sonrisa en mi rostro claramente de suficiencia, para que su carcomido cerebro fuera capaz de interpretar que me estaba riendo de él.
—¿Qué pasa?
—Nada. Es que me hacéis gracia.
—¿No tienes nada mejor que hacer que reírte de mi vida? —se quejó malhumorado—. Ah, espera, si tienes algo mejor —movió fanfarronamente la cabeza—. Dormir con Chase Hoock.
—Me estoy planteando seriamente tu homosexualidad no encontrada —comenté apoyando la barbilla en mi puño cerrado.
El profesor había desistido en hacernos prestar atención a la lección, su revista Cosmopolitan le parecía extremadamente más interesante que seguir en el intento de enseñar a un grupo de renegados.
Me dio con el libro en la cabeza, removiendo algunos pelos que se fueron directos a mi cara, nublándome la visión.
—Auch —dije sin moverme—. Péiname. Ya.
—No lo has negado.
—¿El qué? —me aparté las hebras marrones para mirarle enfadada.
—Que te has acostado con Chase.
—No sabía que mi actividad sexual te resultara tan interesante. Yo de ti visitaba a un psicólogo, puedes tener efectos graves en un futuro no muy lejano.
—Me vuelvo con Spencer —se levantó resignado del taburete y sonreí triunfante—. Al menos ella me da buena conversación, aunque sea a base de bufidos.
—O gritos —señalé.
—O gritos.
Bordeó mi mesa, en la que estábamos un par de chicas más y yo (las cuales trabajaban en pareja y yo me había automarginado a dormir) para volver a sentarse en su puesto a la vera de Spencer.
Quizá debería advertirle que no le tocara las narices cuando un líquido excesivamente caliente y corrosivo podía ser derramado en su cara, pero ¿dónde estaría la gracia entonces?
Al salir del aula me topé con una columna que juraría que había aparecido ahí por arte de magia, haciendo que mi mochila, al estar colgada de un solo hombro, se dirigiera directa al suelo.
Cuando alcé la vista para crucificar a la pared, me di cuenta que no era una columna. Si no algo mucho, mucho, mucho más molesto.
—¿Distraída, mon amour?
Me agaché resoplando a recoger mis cosas y pasé al lado de Chase sin contestarle ni dirigirle la palabra.
—Wow, realmente no pensé que fueras a tratarme como otra de tus víctimas. —Por el rabillo del ojo observé como mantenía mi paso, esquivando alumnos y cabezas huecas. Lo siento, tenía que decirlo, las risitas escandalosas que algunas de las chicas del instituto producían eran una de las cosas por la cual una NO debe ir al instituto. Y Chase no ayudaba cuando les guiñaba un ojo al pasar.
—¿Te sientes como una víctima?
—En absoluto.
Abrí mi taquilla y metí los libros que no iba a necesitar.
—Entonces no veo el problema. Bueno, si veo uno, pero no es precisamente el asunto víctima–depredador.
—Ilumíname con tus palabras, Strike.
Cerré la puerta metálica marcando un sonido sordo que hizo que la pareja que se estaba besando en la taquilla contigua pegara un bote.
Enfrenté los dorados ojos de Chase sin ninguna emoción en los míos.
—La cuestión es, ¿por qué no me estás ignorando tú? Deberías estar con tus amigos hablando de fútbol, de cuántas os habéis tirado a lo largo de la semana y de establecer el ranking Top 10 de la semana que viene, ¿no es así?
Chase se agazapó en el metal, cruzando los brazos y sus bíceps pronunciándose voluminosamente. Imágenes de la noche anterior vinieron a mi cabeza como gotas sueltas.
Apreté la mandíbula concentrándome en el aquí y ahora.
—¿Qué te hace pensar que tengo un Top 10 cada semana?
—¿No lo tienes?
Una sonrisa tiró de la comisura de su labio.
—¿Te interesa saber?
—¿Podríamos no hablar con preguntas? Me estoy empezando a cabrear. Deja de seguirme. Déjame en paz. De hecho, te doy permiso para que olvides todo lo que paso anoche.
El pelo azabache de Chase cayó hacia adelante cuando se inclinó para que su cara estuviera más cerca.
—Aeryn, hará falta mucho más que tus palabras para que quiera olvidar esa noche.
Cerré los dos ojos dos segundos cronometrados, para después darme la vuelta y andar hacia cualquier dirección lejos de aquel muchacho, quién se había pensado que tenía la decencia de venir y cambiar mis normas de vivir.
Lo peor era que ahora mismo estaba perdida, porque sabía perfectamente que toda esa palabrería era solo una forma de entretenimiento, me costaba admitir que conocía a la perfección todo el juego que estaba desarrollando. Por esa misma razón no entendía la intención de Chase esta vez.
¿Sería verdad que quería llevar a cabo su teoría de "somos dos almas gemelas"? De: ¿"deberímos tener sexo y diversión porque ambos odiamos tanto los sentimientos que preferimos morir antes que experimentar esa cualidad humana de nuevo"?
Bah. Tenía que dejar de coger las novelas dramáticas de mi madre. Afectaban a mi forma de pensar.
Había cientos de chicas que estarían en disposición de ser el juguete de Chase Hoock sin pensárselo dos veces, ¿por qué insistía conmigo? ¿Había descubierto que le encantaba ser rechazado? Yo también amaba la diversión, pero yo dictaba el cómo para que no hubiera ningún fallo en el proceso; ninguna grieta.
Y ni siquiera conocía la razón por la que había aparecido en la ventana de mi habitación como si lo último que quisiera hacer con su vida era estar fuera de ella.
Conocía una pequeñísima parte de Chase, y debería empezar a cuestionarme si sería bueno que me estuviera planteando siquiera el conocer más.
No, no era bueno.
Aunque fuera Chase, no podía arriesgarme.
No otra vez.
ESTÁS LEYENDO
PHILOPHOBIA
General FictionLos polos opuestos se atraen pero, ¿y si ahora también lo hiciesen los iguales?