A pesar de que la voz de Spencer había sonado sosegada a través del teléfono, entró a la casa de Chase como un huracán.
—¿Dónde está? —exigió con voz firme, mirándome a los ojos. Los suyos estaban con el maquillaje extendido, como si se hubiera restregado las manos por ellos repetidas veces.
—Por aquí.
Fue Chase quien le respondió. Después de curarle y vendarle la espantosa herida de la cabeza, trasladamos a un Miles desmayado –gracias a las pastillas– a una gran habitación situada al final del pasillo, debajo de las escaleras.
Spencer reparó en Fred, sentado en la butaca frente al sofá, donde yo me encontraba recostada, antes de desaparecer por la esquina siguiendo a Chase.
—Vaya noche —dijo Fred dejando caer la espalda en todo el sillón.
Hice una mueca para hacerle saber que estaba de acuerdo, pero no tenía en mente empezar una conversación. Aún le daba vueltas de vez en cuando al episodio del callejón. A todas las cosas que dijo.
A la indignación en su voz cuando dijo que yo había cambiado por Ashton, o la falta de él.
—Yo debería irme.
Me levanté sin mirarle, atravesando el salón sin entretenerme. Intenté no hacerle mucho caso a la mesa en la que había estado Miles tumbado. Todavía había restos de marcas oscuras, gotas de sangre seca, desperdigadas aleatoriamente en la cabecera del mueble.
Spencer sabrá cómo mantenerlo a raya, me dije.
Acogí la brisa de la noche de buena gana. Estando encerrada con Chase y Fred, esperando ansiosamente a Spence, sentía que me ahogaba con sus deslizantes miradas. Un sentimiento de completa locura.
Nadie me estaba mirando cuando giraba la cabeza hacia ellos.
—¡Chst!
La puerta a mi espalda se cerró de nuevo. Era Chase, con el rostro más despierto que nunca.
—Debería irme ya —repetí—, no me gustará saber que mis padres se han dado cuenta de que he salido.
Chase apoyó el hombro y el pie en el marco de la puerta. No había notado lo robusto que era hasta que vi que casi ocupaba toda la superficie de la madera.
—¿Te estás rehabilitando como una chica buena y obediente?
—No —bajé los ojos hasta el doblez de mi camiseta—. Pero quiero volver a mi total situación de libertad. No busco conflictos con mis padres. Solo que me dejen en paz.
El foco de luz estaba sobre su cabeza, provocando la ilusión de que su espeso pelo negro tuviera reflejos plateados y azulados.
—Me gustaría que te quedaras.
Oculté mi estupor al escuchar el tono de súplica escondido en su voz.
—Quiero decir, Spencer se va a quedar aquí hasta mañana —rectificó rápidamente, endureciendo la voz—. Te puedo preparar otra habitación para ti —se asomó por encima de mi hombro, hacia la noche oscura—. Las calles están demasiado vacías, y hay un buen camino andando hasta tu casa.
—Me las apañaré —le aseguré. Los borrachos y drogadictos ya estarían tan pasados de rosca a esta hora que si intentaran algo conmigo, un simple movimiento de meñique los tumbaría.
Me alejé del epicentro de los problemas nocturnos, poniendo rumbo a mi casa.
Disfruté de cada sonido que la noche traía consigo, desde el simple desliz de una salamandra hasta el mínimo aleteo de un murciélago.
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PHILOPHOBIA
General FictionLos polos opuestos se atraen pero, ¿y si ahora también lo hiciesen los iguales?